El 6 de agosto es el 218.º
(ducentésimo decimoctavo) día del año en el calendario gregoriano y el 219.º en los años
bisiestos. Quedan 147 días para finalizar el año.
- El Salvador: Fiestas patronales de San Salvador y El Salvador
- México: Fiestas patronales en Ocotepec y Malinalco.
- Argentina: Día de la Enseñanza Agropecuaria: desde 1959 este día está dedicado a la enseñanza agropecuaria, al ingeniero agrónomo y al médico veterinario. En esta misma fecha, en 1883, el gobierno de Buenos Aires, bajo la gobernación de Dardo Rocha, creó el Instituto Superior Veterinario.
- Bolivia: Día de la Independencia.
- Colombia: Fundaciones de Bogotá y Tunja
- Perú: Día del Nutricionista.
- Jamaica: Día de la Independencia.
1890.- En la prisión neoyorquina de Auburu se
registra la primera ejecución en silla eléctrica en EEUU.
1945: en Hiroshima (Japón), Estados
Unidos realiza el primer bombardeo
atómico de la historia, convirtiéndose en el único país del mundo en la
Historia humana que ha utilizado el poder atómico sobre una población civil.
Días después realizará el segundo y último bombardeo atómico, sobre Nagasaki.
1958: en el atolón Enewetak (islas
Marshall, en medio del océano Pacífico), Estados Unidos detona su bomba
atómica Quince, que resulta un fizzle (bomba fallida) y no
produce ninguna explosión nuclear.
1962: Jamaica se
independiza del Imperio británico.
1964: en las montañas
de Nevada (Estados Unidos), un profesor de
geografía estadounidense llamado Donald Currey (1934-2004)
corta «para propósitos de investigación» el pino
longevo Prometeo, que ―con poco más de 5000 años de
edad― fue el organismo vivo más antiguo de la Tierra.
1986: en la ciudad peruana de Aucayacu (provincia de Leoncio Prado), la banda
terrorista Sendero Luminoso asesina a diez personas
homosexuales, con el objetivo de intimidar a la población.
FILÓSOFO Y TEÓLOGO FRANCÉS
Nicolas Malebranche (París,
5 de
agosto de 1638
- París, 13 de
octubre de 1715)
fue un filósofo
y teólogo
francés.
Pertenecía a una familia distinguida y tuvo siempre una salud muy precaria.
Esto lo obligó a superar sufrimientos con multitud de cuidados. Sus primeros
contactos con la filosofía los tuvo en el Collège de la Marche y se defraudó.
Como señalamos, pertenecía a
una familia acomodada de París. Su padre fue Nicolás Malebranche, funcionario
de Richelieu -tesorero- y en 1658, secretario del rey Luis XIII de Francia. Su
madre, Catherine de Lauzon, fue hermana de un virrey de Canadá. Malebranche era
el último de diez o trece hijos (las fuentes difieren en esto) y mostró desde
pequeño grandes dotes intelectuales en un cuerpo sumamente débil. La educación
elemental la recibió de un tutor privado. Estudió filosofía
y, fundamentalmente o de modo casi exclusivo, teología
en La
Sorbona y tampoco le satisficieron los métodos intelectuales. En 1660 entró en el Oratorio de San Felipe Neri y en 1664 fue ordenado
sacerdote. En 1699
fue nombrado miembro honorario de la Academia de las Ciencias, así
como del célebre Oratorium Iesu, fundado por Pierre de Bérulle en París. Murió a la edad de 77
años.
Filosofía
Malebranche pretendió la
síntesis del cartesianismo y el agustinismo, que resolvió en una doctrina
personal, el «ocasionalismo», según el cual Dios constituiría la
única causa verdadera, siendo todas las demás «causas ocasionales». Por ello,
el conocimiento no se debería a la interacción con los objetos, sino que las
cosas serían «vistas en Dios». "Si no viésemos a Dios de alguna manera, no
veríamos ninguna cosa"(Recherche de la verité, libro III, segunda
parte, capítulo VI.)
La dificultad estriba en la
expresión de alguna manera. Dios es conocido no directamente, sino de
modo indirecto, tal como reflejado en un espejo, en las cosas creadas. El
hombre participa de Dios y participando de Dios, participa de las cosas. No hay
ninguna interacción directa entre las sustancias
cartesianas. La congruencia entre ambas es facilitada por la realidad
divina. No soy yo quien percibe las cosas, sino que, en ocasión de un movimiento
de la "res extensa", Dios provoca en mí, una cierta
idea. Y con ocasión de una volición mía Dios mueve el cuerpo extenso que es mi
brazo.La relación del espíritu del hombre con Dios y con las cosas solamente en
él, es la solución decisiva. Así, la visión en Dios de todas las cosas resulta
la condición necesaria de todos los saberes y verdades.
Las obras más importantes de
Malebranche son De la recherche de la vérité (1674-1675), obra que fue
ampliamente aumentada ante las numerosas críticas de sus coetáneos, y sus Méditations
chrétiennes et métaphysiques (1683).
La idea de Dios cobra un peso
propio en su sistema filosófico. Continuador de Descartes, a
veces lo supera en cuanto a la radicalidad de su planteamiento. Para
Malebranche, cuerpo y alma son entidades -o sustancias- inconexas e independientes,
entre las que no existe comunicación directa de ningún tipo.
Destaquemos una vez más: es Dios
quien realiza la función de comunicar ambas entidades y quien crea el conocimiento
en el hombre; pues, al no haber contacto entre mente y cuerpo, el hombre por sí
solo está imposibilitado para conocer el mundo. La presencia
de Dios en el alma de los hombres suple su carencia para conocer otras
entidades, pues el hombre -como dijimos- ve en Dios el resto de las
cosas.
- Ocasionalismo: Dios es la causa de todo influjo posible de una realidad, Lo que llamamos causa es solo una ocasión. La única causa es Dios: No es el Sol el que produce calor, luz y vida, solo es una ocasión; la causa es Dios y se vale y se toma como instrumento para realizar su acción causal.
- Ontología: Precursor en la corriente ontológica en la cual el ser trascendente es el que está más cercano a la causa de Dios.
Christian Wilhelm Allers (Hamburgo,
Alemania, 6 de
agosto de 1857
– Karlsruhe,
Alemania, 19 de octubre de 1915) fue un pintor y litógrafo
alemán.
Allers nació en una familia de
mercaderes. Comenzó a trabajar como litógrafo
en su ciudad natal, pero en 1877 se trasladó a Karlsruhe.
En la Kunstakademie (Academia de Bellas Artes) estudió con el
Prof. Ferdinand Keller.
De 1880 a 1881 fue movilizado para la Marina Alemana en Kiel, donde Anton von Werner fue su patrón. Allí conoció a Klaus Groth, quien se hizo su amigo.
Allers se hizo conocido con la
publicación de una colección de grabados denominada Club Eintracht, en
1888. Varios libros y colecciones de grabados le siguieron, por ejemplo, uno
sobre Bismarck. El éxito financiero con la publicación
de su obra le permitió, en la década de
1890, construir una villa en Capri, Italia. Ahí vivió durante muchos años, retornando
periódicamente a Hamburgo y Karlsruhe, y viajando por todo el mundo.
En otoño de 1902 se vio envuelto
en un escándalo. Su amigo Friedrich Alfred Krupp, otro famoso y rico
residente alemán de Capri, fue acusado por periódicos italianos de homosexual
y pederasta.
Algunas semanas más tarde, Allers, que «tenía claras tendencias homosexuales y
le gustaba de rodearse de muchachos, que frecuentemente usaba como modelos», fue también acusado, pero ante el juez. Krupp
murió poco después. Allers escapó antes de ser juzgado; había sido condenado in
absentia a 4 años y medio de prisión.
Allers dejó Capri y viajó por
el mundo durante más de 10 años, permaneciendo algún tiempo en Nueva
Zelanda, en Samoa
y en Australia.
En ese periodo usó frecuentemente el seudónimo «W. Andresen», y ganó dinero
pintando retratos de personas acaudaladas.
Murió en 1915 en Karlsruhe,
algunos meses tras su regreso a Alemania.
Arte
Allers fue un pintor naturalista,
cuyos dibujos eran ricos en detalles realistas; tanto, que muchas veces
padecían faltos de calor y emoción. Aunque realista, Allers por veces añadía
personas que no estaban presentes en los lugares que pintaba.
Usaba frecuentemente el lápiz
en sus dibujos y las obras coloreadas eran originalmente dibujos a lápiz,
coloreados luego al óleo o con pastel. Sus principales temas eran escenas del
día a día (el Club Eintracht, el Spreeathener o en Hochzeitsreise),
viajes (La Bella Napoli, Rund um die Welt, Unter deutscher Flagge)
y retratos.
CIENTÍFICO BRITÁNICO, DESCUBRIÓ LA ENZIMA ANTIMICROBIANA LLAMADA LOSOZIMA. CREADOR DE LA PENICILINA
Alexander Fleming (Darvel, Escocia; 6 de
agosto de 1881-Londres, Inglaterra;
11 de
marzo de 1955)
fue un científico británico
famoso por descubrir la enzima antimicrobiana llamada lisozima.
También fue el primero en observar los efectos antibióticos
de la penicilina,
obtenida a partir del hongo Penicillium notatum.
Alexander Fleming nació en Darvel, Escocia. Trabajó
como médico microbiólogo en el Hospital St. Mary de Londres hasta el comienzo
de la Primera Guerra Mundial. En este hospital
trabajó en el Departamento de Inoculaciones, dedicado a la mejora y fabricación
de vacunas o inyecciones y sueros. Almorth Edward Wright, secretario del
Departamento, despertó el interés de Fleming por nuevos tratamientos para las
infecciones.
Durante la guerra fue médico
militar en los frentes de Francia y quedó impresionado por la gran mortalidad
causada por las heridas de metralla infectadas (por ejemplo, gangrena
gaseosa) en los hospitales de campaña. Finalizada la guerra, regresó al
Hospital St. Mary donde buscó intensamente un nuevo antiséptico que evitase la
dura agonía provocada por las heridas infectadas.
Mitos
La historia popular de que el
padre de Winston Churchill pagó por los estudios de
Fleming, cuando el padre de Fleming salvó la vida a Winston Churchill, es
falsa. De acuerdo con la biografía de Kevin Brown. Penicillin Man: Alexander
Fleming and the Antibiotic Revolution,Fleming describió la historia a su colega y
amigo Andre Gratia como cualquier fábula asombrosa. Tampoco fue Fleming quien
salvó la vida a Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Este fue curado
utilizando otro medicamento, llamado Sulphapyridine, el cual era
conocido entonces por el nombre de M&B 693 por los laboratorios que lo
desarrollaban, May & Baker Ltd. En una entrevista radiofónica, posterior a
la guerra, Churchill se refirió al medicamento que le salvó la vida como
"El admirable M&B".
Descubrimientos
Los dos descubrimientos de
Fleming ocurrieron en los años veinte y aunque fueron accidentales demuestran
la gran capacidad de observación e intuición de este médico escocés. Descubrió
la lisozima
después de que mucosidades, procedentes de un estornudo, cayesen sobre una placa
de Petri en la que crecía un cultivo bacteriano. Unos días más tarde notó
que las bacterias
habían sido destruidas en el lugar donde se había depositado el fluido nasal.
El laboratorio de Fleming
estaba habitualmente desordenado, lo que resultó una ventaja para su siguiente
descubrimiento:
En septiembre de 1928, estaba realizando varios experimentos
en su laboratorio y el día 22, al inspeccionar sus cultivos antes de
destruirlos notó que la colonia de un hongo había crecido espontáneamente, como
un contaminante, en una de las placas de Petri sembradas con Staphylococcus
aureus. Fleming observó más tarde las placas y comprobó que las colonias
bacterianas que se encontraban alrededor del hongo (más tarde identificado como
Penicillium notatum) eran transparentes
debido a una lisis bacteriana. Para ser más exactos, Penicillium es un
moho que produce una sustancia natural con efectos antibacterianos: la penicilina.
La lisis significaba la muerte de las bacterias, y en su caso, la de las
bacterias patógenas (Staphylococcus aureus) crecidas en la placa. Aunque
él reconoció inmediatamente la trascendencia de este hallazgo sus colegas lo
subestimaron. Fleming comunicó su descubrimiento sobre la penicilina en el British
Journal of Experimental Pathology en 1929.
Fleming trabajó con el hongo
durante un tiempo pero la obtención y purificación de la penicilina a partir de
los cultivos de Penicillium notatum resultaron difíciles y más
apropiados para los químicos. La comunidad científica creyó que la penicilina
sólo sería útil para tratar infecciones banales y por ello no le prestó
atención.
Sin embargo, el antibiótico
despertó el interés de los investigadores estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial, quienes intentaban
emular a la medicina militar alemana la cual disponía de las sulfamidas.
Los químicos Ernst Boris Chain y Howard Walter Florey desarrollaron en
Inglaterra un método de purificación de la penicilina que permitió su síntesis
y distribución comercial para el resto de la población, sin embargo, este país
tenía la totalidad de sus infraestructuras industriales dedicadas a las
necesidades de la guerra. Por este motivo, ambos investigadores acudieron a
Estados Unidos a poner en marcha plantas de producción dedicadas exclusivamente
a la penicilina.
Fleming no patentó su
descubrimiento creyendo que así sería más fácil la difusión de un antibiótico
necesario para el tratamiento de las numerosas infecciones que azotaban a la
población. Por sus descubrimientos, Fleming compartió el Premio Nobel de Medicina en 1945 junto a Ernst
Boris Chain y Howard Walter Florey.
El discurso pronunciado
en ocasión de la recepción del premio está disponible en el enlace: https://www.nobelprize.org/nobel_prizes/medicine/laureates/1945/fleming-lecture.pdf
Fleming fue miembro del
Chelsea Arts Club, un club privado para artistas fundado en 1891 por sugerencia
del pintor James McNeil Whistler. Se cuenta como
anécdota que Fleming fue admitido en el club después de realizar "pinturas
con gérmenes", pinturas que consistían en pincelar el lienzo con
bacterias pigmentadas, las cuales eran invisibles mientras pintaba pero surgían
con intensos colores una vez crecidas después de incubar el lienzo. Las
especies bacterianas que utilizaba eran:
- Serratia marcescens - rojo
- Chromobacterium violaceum - púrpura
- Micrococcus luteus - amarillo
- Micrococcus varians - blanco
- Micrococcus roseus - rosa
- Bacillus sp. - naranja
Estando de gira por España, en 1948, enferma su esposa del mal que truncaría su
vida meses después. Con todo, continúa su trabajo en el Instituto del St. Mary
(Saint Mary's College) que dirige desde 1946. Allí conoce a la
Dra. Voureka con la que contrae
matrimonio en 1953.
Alexander Fleming murió en
Londres en 1955 de
un ataque cardíaco. Fue enterrado como héroe nacional en la cripta de la catedral de San Pablo de Londres.
Su descubrimiento de la
penicilina significó un cambio drástico para la medicina moderna iniciando la
llamada «Era de los antibióticos», otros investigadores posteriores aportaron
nuevos antibióticos, como la estreptomicina
utilizada para el tratamiento de la tuberculosis,
salvando millones de vidas. El aporte científico de Fleming es doble pues
además de descubrir una molécula química (penicilina) también encontró una
molécula enzimática (lisozima) con actividad antibiótica. Las enzimas, como la
lisozima, y los péptidos antibióticos son componentes naturales de la inmunidad innata de los animales que podrían
ser utilizados con fines terapéuticos similares a la penicilina. Por esta razón
Fleming puede ser considerado como el primero en descubrir una enzima
antimicrobiana.
Eponimia
- El cráter lunar Fleming lleva este nombre en su memoria, honor compartido con la astrónoma estadounidense del mismo apellido Williamina Fleming (1857-1911).
PINTOR ESTADOUNIDENSE, POP-ART
1928.- Nace el pintor
estadunidense Andy Warhol, creador del pop-art. Incursiona como grabador,
fotógrafo, dibujante, diseñador de objetos, editor, publicista, realizador de
cine y televisión. Muere el 22 de febrero de 1987.
POETA Y COMPOSITOR ARGENTIDO DE TANGO
Cátulo Castillo (Buenos
Aires, Argentina,
6 de
agosto de 1906
- ídem, 19 de octubre de 1975) cuyo nombre
completo era Ovidio Cátulo González Castillo, fue un conocido poeta y compositor
argentino
de tango. Fue
autor, entre otros, de los famosos tangos: Organito de la tarde, El aguacero
(con letra de José González Castillo), Tinta roja y Caserón de tejas-(vals),
(ambos con música de Sebastián Piana), María y La última curda (música de Aníbal
Troilo, a la izquierda en la fotografía), El último café (año 1963, con música de Héctor Stamponi). El tango La calesita que
compusiera con Mariano Mores inspiró el filme
del mismo nombre dirigido en 1962 por Hugo
del Carril.
Su padre José González
Castillo, de ideología anarquista, pretendió inscribirlo en el Registro Civil
como Descanso Dominical González Castillo, pero como se lo negaron sus amigos
le convencieron para que cediera y entonces le anotó con el nombre con el que
finalmente pasó a la historia.Pasó parte de su infancia en Chile, donde su
padre debió exiliarse a causa de sus ideas anarquistas y regresó a la Argentina en 1913. Por su parte Cátulo estuvo afiliado al Partido Comunista.
A sus 17 años compone Organito de la
tarde, su primer tango, al tiempo que practica boxeo, llegando a ser
campeón argentino de peso pluma y preseleccionado para las olimpíadas de
Ámsterdam.
En 1926 viaja por primera vez a
Europa, donde luego va a dirigir su propia orquesta.
Durante la década del `30, obtiene una
de las cátedras del Conservatorio Municipal Manuel de Falla. Hacia 1950 llegará
a ser director de dicho conservatorio, cargo con el que se jubiló.
Durante los ´40 y 50´, cuando el tango
vuelve a su apogeo, se consagra a la poesía y escribe con los compositores más
destacados: Mores (Patio de la Morocha), Pontier (Anoche),
Pugliese (Una vez), Piana (Tinta roja y Caserón de tejas),
y su gran colaborador desde 1945: Aníbal Troilo (María, La última curda, Una canción).
Se dedicó al periodismo en diversas
revistas, publicó el libro Danzas Argentinas (1953), hizo canciones para
distintas películas, escribió el sainete lírico El Patio de la Morocha
(con música de Troilo), fue secretario y presidente de SADAIC en
distintos ciclos.
En 1953 fue designado presidente de la
Comisión Nacional de Cultura de la Nación.
En 1955 la dictadura autodenominada Revolución Libertadora (Argentina)
lo despoja de todo lo que había conseguido. Su esposa, Amanda Pelufo, se
refiere en estos términos a aquella época:
“Lo
teníamos todo y de pronto, en 1955, nos quedamos sin nada. Cayó Perón, llegó la
Libertadora y a Cátulo lo echaron de todas partes. Ya no pudo tener cátedras,
ni dirigir SADAIC, ni estar en Cultura. Ni siquiera pudo cobrar sus derechos de
autor porque SADAIC, precisamente, fue intervenida. En el peor momento hasta
llegaron a prohibir que se pasaran sus temas por radio. No le perdonaron nada.
Para empezar que un tanguero estuviera en Cultura. Después que haya sido el
primero en llevar el tango al Colón… Vendimos todo y nos recluimos. Cátulo
escribía tangos, pintaba al estilo de Quinquela y sobre todo descubrió su amor
por los animales. Llegamos a tener 95 perros, 19 gatos y dos corderitos: Juan y
Domingo”
- A raíz de la persecución de la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu debió abandonar su profesión. Siendo incluido en las listas negras junto a decenas de tangueros como Hugo del Carril, Nelly Omar, Héctor Mauré, Anita Palmero, Chola Luna, entre otros, fueron perseguidos por sus ideas políticas y prácticamente nunca más volvieron a trabajar hasta su caída.
Con el deshielo de los 60, vuelve a
plena actividad. Sigue componiendo, escribiendo guiones radiales, trabajando en
SADAIC. Publicó la novela Amalio Reyes un hombre, que llevó al cine Hugo
del Carril. También publicó Prostibulario, acerca del cual se cartea
con Perón, en 1971. Su obra resulta indiscutible por el éxito alcanzado:
“María”, El último café”, “La última curda”, “La Calesita”, “Café de los
Angelitos”, “Desencuentro”, “Y a mi qué”, “A Homero”, “Arrabalera”, “Mensaje”,
“Tinta roja”, “Patio mío”, “Caserón de tejas” y tantos otros.
En 1974, lo designan Ciudadano
Ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Al recibir el galardón,
Cátulo relató esta breve fábula: “El águila y el gusano llegaron a la cima de
una montaña. El gusano se ufanaba de ello. El águila aclaró: `Vos llegaste
trepando, yo volando´. ¿Pájaros o gusanos? – inquiría Cátulo – he aquí una
pregunta clave”.
Falleció el 19 de
octubre de 1975.
PINTOR E IMPRESOR BRITÁNICO
Sir Gordon Howard Eliot Hodgkin, CH, CBE (Hammersmith,
6 de
agosto de 1932-Londres, 9 de marzo
de 2017),[1]
fue un pintor e impresor británico. Recibió diversos premios, incluyendo su
nombramiento de caballero por la reina Isabel II de Inglaterra.
Fue educado en la escuela
Bryanston en Dorset.
Estudió en la Escuela de Arte Camberwell y posteriormente en la Academia de
Arte de Bath en Corsham, donde Edward Piper aprendió de él. Su
primera exposición tuvo lugar en Londres en 1962. Sus primeras pinturas tendían
a estar hechas de formas curvas con duros ángulos en un
limitado número de colores.
Aproximadamente al inicio de la década de 1970
su estilo comenzó a ser más espontáneo con sombras vagamente reconocibles en
colores brillantes y formas ovaladas. Sus trabajos podrían denominarse
"semiabstractos" y a menudo se le compara con Henri
Matisse.
La primera exposición
retrospectiva de su obra realizada en España tuvo lugar en el Centro de Arte Reina Sofía en 2006.
Estilo
Las pinturas de Hodgkin a
menudo parecen combinar recuerdos de encuentros con amigos y frecuentemente
titula aludiendo específicamente lugares y eventos, tales como Cena en la
colina este (1966)
y Adiós a la bahía de Nápoles (1980-1982). Él mismo dijo
que él pinta «pinturas representativas de situaciones emocionales». Sus
cuadros no son ni abstractos ni figurativos
sino que definen la intensidad de sus experiencias emocionales.
En lugar de su aparente
espontaneidad y su usual pequeña escala, muchas de las pinturas de Hodgkin
llevan incluso años de ejecución. Con este retorno después de un tiempo, puede
cambiar y añadir cualquier cosa. A menudo pinta sobre los marcos de sus
cuadros, enfatizando la idea de pintar sobre el objeto. Muchos de sus cuadros
están realizados sobre objetos de madera, tales como tablas de madera o
superficies de viejas mesas. Algunos de sus cuadros no llevan marcos, sino un
simple rectángulo de color.
Homenajes
En 1984 Hodgkin representó al Reino
Unido en la Bienal de Venecia, en 1985 fue galardonado
con el Premio Turner, y en 1992 fue nombrado
caballero (sir). En 2003 fue nombrado por la reina de Inglaterra Isabel II "Compañero de Honor".
La mejor exposición de su obra tuvo lugar en la Tate
Gallery de Londres en 2006.
PINTOR BARROCO ESPAÑOL, CONSIDERADO UNO DE LOS MÁXIMOS EXPONENTES DE LA PINTURA ESPAÑOLA Y MAESTRO DE LA PINTURA UNIVERSAL
Diego Rodríguez de Silva y
Velázquez (Sevilla, bautizado el 6 de junio
de 1599-Madrid, 6 de
agosto de 1660),
conocido como Diego Velázquez, fue un pintor barroco español considerado uno de
los máximos exponentes de la pintura española y maestro de la pintura universal.
Pasó sus primeros años en Sevilla,
donde desarrolló un estilo naturalista de iluminación tenebrista,
por influencia de Caravaggio y sus seguidores. A los 24 años se trasladó a Madrid, donde fue
nombrado pintor del rey Felipe IV y cuatro años después fue ascendido a
pintor de cámara, el cargo más importante entre
los pintores de la corte. A esta labor dedicó el resto de su vida. Su trabajo
consistía en pintar retratos del rey y de su familia, así como otros cuadros
destinados a decorar las mansiones reales. Su presencia en la corte le permitió
estudiar la colección real de pintura que, junto con las enseñanzas de su
primer viaje a Italia,
donde conoció tanto la pintura antigua como la que se hacía en su tiempo,
fueron influencias determinantes para evolucionar a un estilo de gran
luminosidad, con pinceladas rápidas y sueltas. En su madurez, a partir de 1631, pintó de esta
forma grandes obras como La rendición de Breda. En su última
década su estilo se hizo más esquemático y abocetado,
alcanzando un dominio extraordinario de la luz. Este período se
inauguró con el Retrato del papa Inocencio X, pintado
en su segundo viaje a Italia, y a él pertenecen sus dos últimas obras maestras:
Las
meninas y Las hilanderas.
Su catálogo consta de unas 120 o 130
obras. El reconocimiento como pintor universal se produjo tardíamente, hacia 1850.
Alcanzó su máxima fama entre 1880 y 1920,
coincidiendo con la época de los pintores impresionistas
franceses,
para los que fue un referente. Manet
se sintió maravillado con su obra y le calificó como «pintor de pintores» y «el
más grande pintor que jamás ha existido». La parte fundamental de sus cuadros
que integraban la colección real se conserva en el Museo
del Prado en Madrid
Primeros
años en Sevilla
Diego Rodríguez de Silva y
Velázquez fue bautizado
el 6 de
junio de 1599
en la iglesia de San Pedro de Sevilla.
Sobre la fecha de su nacimiento, Bardi se aventura a decir, sin dar más
detalles, que probablemente nació el día anterior a su bautizo, es decir, el 5
de junio de 1599.
Sus padres fueron Juan
Rodríguez de Silva, nacido en Sevilla, aunque de origen portugués (sus
abuelos paternos, Diego Rodríguez y María Rodríguez de Silva, se habían
establecido en la ciudad procedentes de Oporto), y
Jerónima Velázquez, sevillana de nacimiento. Se habían casado en la misma iglesia de San
Pedro el 28 de diciembre de 1597. Diego, el primogénito, sería el mayor de ocho
hermanos. Velázquez, como su hermano Juan, también
«pintor de imaginería», adoptó el apellido de su madre según la costumbre
extendida en Andalucía, aunque hacia la mitad de su vida firmó también
en ocasiones «Silva Velázquez», utilizando el segundo apellido paterno.
Su casa natal en Sevilla.
Se ha afirmado que la familia
figuraba entre la pequeña hidalguía de la ciudad. Sin embargo, y a pesar de las pretensiones
nobiliarias de Velázquez, no hay pruebas suficientes que lo confirmen. El
padre, tal vez hidalgo, era notario eclesiástico, oficio que solo podía
corresponder a los niveles más bajos de la nobleza y, según Camón Aznar, debió
de vivir con suma modestia, próxima a la pobreza.El abuelo materno, Juan Velázquez Moreno, era
calcetero,
oficio mecánico incompatible con la nobleza, aunque pudo destinar algunos
ahorros a inversiones inmobiliarias.Los allegados del pintor alegaban como prueba
de hidalguía que, desde 1609, la ciudad de Sevilla había comenzado a devolverle
a su bisabuelo Andrés la tasa que pesaba sobre «la blanca de la carne», impuesto
al consumo que solo debían pagar los pecheros, y en 1613 comenzó a hacerse lo mismo con el
padre y el abuelo. El propio Velázquez quedó exento de su pago desde que
alcanzó la mayoría de edad. Sin embargo, esta exención no fue juzgada
suficiente acreditación de nobleza por el Consejo de Órdenes Militares cuando en
la década de los cincuenta se abrió el expediente para determinar la
supuesta hidalguía de Velázquez, reconocida únicamente al abuelo paterno, de
quien se decía que había sido tenido por tal en Portugal y Galicia.
Aprendizaje
La Sevilla en que se formó el
pintor era la ciudad más rica y poblada de España, así
como la más cosmopolita y abierta del Imperio. Disponía del monopolio
del comercio con América y tenía una importante colonia de comerciantes flamencos e italianos. También era una sede eclesiástica de gran
importancia y disponía de grandes pintores.
Su talento afloró a edad muy
temprana. Recién cumplidos los diez años, según Antonio
Palomino, comenzó su formación en el taller de Francisco Herrera el Viejo, pintor
prestigioso en la Sevilla del siglo XVII, pero de muy mal carácter y al que el joven
alumno no habría podido soportar. La estancia en el taller de Herrera, que no
ha podido ser documentada, hubo de ser necesariamente muy corta, pues en
octubre de 1611
Juan Rodríguez firmó la «carta de aprendizaje» de su hijo Diego con Francisco
Pacheco, obligándose con él por un periodo de seis años, a contar desde
diciembre de 1610,
cuando pudo haber tenido lugar la incorporación efectiva al taller del que
sería su suegro.
En el taller de Pacheco,
pintor vinculado a los ambientes eclesiásticos e intelectuales de Sevilla,
Velázquez adquirió su primera formación técnica y sus ideas estéticas.
El contrato de aprendizaje fijaba las habituales condiciones de servidumbre: el
joven aprendiz, instalado en la casa del maestro, debía servirle «en la dicha
vuestra casa y en todo lo demás que le dixéredes e mandáredes que le sea onesto
e pusible de hazer», mandatos que solían incluir moler los
colores, calentar las colas, decantar los barnices, tensar
los lienzos y
armar bastidores entre otras obligaciones.El maestro, a cambio, se obligaba a dar al
aprendiz comida, casa y cama, a vestirle y calzarle, y a enseñarle el «arte
bien e cumplidamente según como vos lo sabéis sin le encubrir dél cosa alguna».
Pacheco era un hombre de
amplia cultura, autor de un importante tratado, El arte de la pintura,
que no llegó a ver publicado en vida. Como pintor era bastante limitado, fiel
seguidor de los modelos de Rafael y Miguel
Ángel, interpretados de forma dura y seca. Sin embargo, como dibujante
realizó excelentes retratos a lápiz. Aun así, supo dirigir a su
discípulo y no limitar sus capacidades.Pacheco es más conocido por sus escritos y
por ser el maestro de Velázquez que como pintor.
En su importante tratado,
publicado póstumamente en 1649 e imprescindible para conocer la vida artística española de
la época, se muestra fiel a la tradición idealista del anterior siglo XVI
y poco proclive a los progresos de la pintura naturalista flamenca e italiana.
Sin embargo, muestra su admiración por la pintura de su yerno y elogia los bodegones
con figuras de marcado carácter naturalista que pintó en sus primeros años.
Tenía un gran prestigio entre el clero y era muy influyente en los círculos literarios
sevillanos que reunían a la nobleza local.
Así describió Pacheco este
periodo de aprendizaje: «Con esta doctrina [del dibujo] se crio mi yerno, Diego
Velásques de Silva siendo muchacho, el cual tenía cohechado un aldeanillo
aprendiz, que le servía de modelo en diversas acciones y posturas, ya llorando,
ya riendo, sin perdonar dificultad alguna. Y hizo por él muchas cabezas de
carbón y realce en papel azul, y de otros muchos naturales, con que granjeó la
certeza en el retratar».
No se ha conservado ningún
dibujo de los que debió realizar de este aprendiz, pero es significativa la
repetición de las mismas caras y personas en algunas de sus obras de esta época (véase por ejemplo el muchacho de la
izquierda en Vieja friendo huevos o en El aguador de Sevilla).
Justi,
el primer gran especialista sobre el pintor, consideraba que en el breve tiempo
que pasó con Herrera debió transmitirle el impulso inicial que le dio grandeza
y singularidad. Le debió enseñar la «libertad de mano», que Velázquez no
alcanzaría hasta años más tarde en Madrid, aunque la ejecución libre era ya un
rasgo conocido en su tiempo y anteriormente se había encontrado en el Greco.
Posiblemente su primer maestro le sirviese de ejemplo en la búsqueda de su
propio estilo, pues las analogías que se encuentran entre los dos son solo de
carácter general. En las primeras obras de Diego se encuentra un dibujo
estricto atento a percibir la exactitud de la realidad del modelo, de plástica
severa, totalmente opuesto a los contornos sueltos de la tumultuosa fantasía de
las figuras de Herrera. Continuó su aprendizaje con un maestro totalmente
diferente. Así como Herrera era un pintor nato muy temperamental, Pacheco era
culto pero poco pintor, que lo que más valoraba era la ortodoxia. Justi
concluía al comparar sus cuadros que Pacheco ejerció poca influencia artística
en su discípulo. Mayor influencia hubo de ejercer sobre él en
los aspectos teóricos, tanto de carácter iconográfico, por ejemplo en su defensa de la Crucifixión con
cuatro clavos, como en lo que se refiere al reconocimiento de la
pintura como un arte noble y liberal, frente al carácter meramente artesanal con que era percibida por la mayoría de
sus contemporáneos.
Debe advertirse, con todo, que
de haber sido discípulo de Herrera el Viejo, lo habría sido en los inicios de
su carrera, cuando éste contaba alrededor de veinte años y ni siquiera se había
examinado como pintor, lo que solo haría en 1619
y precisamente ante Francisco Pacheco.Jonathan Brown, que no toma en consideración la
supuesta etapa de formación con Herrera, apunta otra posible influencia
temprana, la de Juan de Roelas,
presente en Sevilla durante los años de aprendizaje de Velázquez. Habiendo
recibido importantes encargos eclesiásticos, Roelas introdujo en Sevilla el
incipiente naturalismo escurialense,
distinto del practicado por el joven Velázquez.
Sus
comienzos como pintor
Terminado el periodo de
aprendizaje, el 14 de marzo de 1617
aprobó ante Juan de Uceda y
Francisco Pacheco el examen que le permitía incorporarse al gremio de pintores de Sevilla. Recibió licencia
para ejercer como «maestro de imaginería y al óleo», pudiendo
practicar su arte en todo el reino, tener tienda pública y contratar
aprendices. La escasa
documentación conservada de su etapa sevillana, relativa casi exclusivamente a
asuntos familiares y transacciones económicas, que indican cierta holgura
familiar, solo ofrecen un dato relacionado con su oficio de pintor: el contrato
de aprendizaje que Alonso Melgar, padre de Diego Melgar, de trece o catorce
años, firmó en los primeros días de febrero de 1620
con Velázquez para que éste le enseñase su oficio.
Antes de cumplir los 19 años,
el 23 de abril de 1618,
se casó en Sevilla con la hija de Francisco Pacheco, Juana, que tenía 15 años
pues había nacido el 1 de junio de 1602. En Sevilla nacieron sus dos hijas:
Francisca, bautizada el 18 de mayo de 1619,
e Ignacia, bautizada el 29 de enero de 1621. Era frecuente
entre los pintores de Sevilla de su época unirse por vínculos de parentesco,
formando así una red de intereses que facilitaba trabajos y encargos.
Su gran calidad como pintor se
manifestó ya en sus primeras obras realizadas con solo 18 o 19 años, bodegones
con figuras como El almuerzo
del Museo del Ermitage
de San Petersburgo, o
la Vieja friendo huevos de la National Gallery
of Scotland de Edimburgo, de asunto y
técnica totalmente ajenos a cuanto se hacía en Sevilla, opuestos además a los
modelos y preceptos teóricos de su maestro, quien no obstante iba a hacer, a
raíz de ellos, una defensa del género pictórico del bodegón:
¿Los
bodegones no se deben estimar? Claro está que sí si son pintados como mi yerno
los pinta alzándose con esta parte sin dexar lugar a otros, y merecen
estimación grandísima; pues con estos principios y los retratos, de que
hablaremos luego, halló la verdadera imitación del natural alentando los ánimos
de muchos con su poderoso ejemplo.
En estos primeros años
desarrolló una extraordinaria maestría, en la que se pone de manifiesto su
interés por dominar la imitación del natural, consiguiendo la representación
del relieve y de las calidades, mediante una técnica de claroscuro que recuerda el naturalismo de Caravaggio, aunque no es probable que el joven
Velázquez pudiera haber llegado a conocer ninguna de las obras del pintor
italiano.
En sus cuadros una
fuerte luz dirigida acentúa los volúmenes y objetos sencillos que aparecen
destacados en primer plano. El cuadro de género o bodegón, de procedencia
flamenca, de los que Velázquez pudo conocer los grabados de Jacob Matham, y la llamada pittura ridicola,
practicada en el norte de Italia por artistas como Vincenzo Campi, con su representación de objetos
cotidianos y tipos vulgares, pudieron servirle para desarrollar estos aspectos
tanto como la iluminación claroscurista. Prueba de la temprana recepción en
España de pinturas de este género se encuentra en la obra de un modesto pintor
de Úbeda llamado Juan Esteban.
Además, el primer Velázquez
pudo conocer obras del Greco, de su discípulo Luis Tristán, practicante de un personal
claroscurismo, y de un actualmente mal conocido retratista, Diego de Rómulo
Cincinnato, del que se ocupó elogiosamente Pacheco.
El Santo Tomás
del Museo de Bellas Artes de Orleans y el San Pablo
del Museo
Nacional de Arte de Cataluña, evidenciarían el conocimiento de los
dos primeros. La clientela sevillana, mayoritariamente eclesiástica, demandaba
temas religiosos, cuadros de devoción y retratos, por lo que también
la producción del pintor en este tiempo se volcó en los encargos religiosos,
como la Inmaculada
Concepción de la National Gallery
de Londres y su pareja, el San Juan en
Patmos, procedentes del convento de carmelitas calzados
de Sevilla, de acusado sentido volumétrico y un manifiesto gusto por las
texturas de los materiales; la Adoración
de los Magos del Museo del Prado o la Imposición
de la casulla a San Ildefonso del Ayuntamiento de
Sevilla. Velázquez, sin embargo, abordó en ocasiones los temas
religiosos de la misma forma que sus bodegones con figuras, como ocurre en el Cristo
en casa de Marta y María de la National Gallery de Londres o en La cena de Emaús
de la National Gallery
of Ireland, también conocida como La mulata, de la que una réplica posiblemente autógrafa en el Instituto de Arte
de Chicago suprime el motivo religioso, reducido a bodegón profano.
Esa forma de
interpretar el natural le permitió llegar al fondo de los personajes,
demostrando tempranamente una gran capacidad para el retrato, transmitiendo la
fuerza interior y temperamento de los retratados. Así en el retrato
de sor Jerónima de la Fuente de 1620,
del que se conocen dos ejemplares de gran intensidad, donde transmite la
energía de esa monja que con 70 años partió de Sevilla para fundar un convento
en Filipinas.
Se consideran obras maestras
de esta época la Vieja friendo huevos
de 1618 y El aguador de Sevilla realizada hacia 1620. En la primera
demuestra su maestría en la hilera de objetos de primera fila mediante una luz
fuerte e intensa que destaca superficies y texturas. El segundo, cuadro que
llevó a Madrid y regaló a Juan Fonseca, quien le ayudó a posicionarse en la
corte, tiene excelentes efectos: el gran jarro de barro capta la luz en sus
estrías horizontales mientras pequeñas gotas de agua transparentes resbalan por
su superficie.
Primer estilo
Vieja friendo huevos (1618)
El aguador de Sevilla (1620)
Jerónima
de la Fuente (1620)
Esta etapa se caracteriza por el predominio de
la técnica tenebrista, destacando en primer plano figuras fuertemente
iluminadas sobre un fondo oscuro. Utilizaba un color espeso que recubría
totalmente el lienzo.
Sus obras, en especial sus
bodegones, tuvieron gran influencia en los pintores sevillanos contemporáneos,
existiendo gran cantidad de copias e imitaciones de ellos. De las veinte obras
que se conservan de este periodo, nueve se pueden considerar bodegones.
Rápido
reconocimiento en la corte
En su primera visita a Madrid en 1622
pintó el retrato de Góngora,
captando sin ninguna concesión su amargura.
En 1621
murió en Madrid Felipe III y
el nuevo monarca, Felipe IV,
favoreció a un noble de familia sevillana, Gaspar de Guzmán,
luego conde-duque de Olivares, que se convirtió en poco tiempo en el
todopoderoso valido del rey. Olivares abogó por que la corte
estuviera integrada mayoritariamente por andaluces. Pacheco debió entenderlo
como una gran oportunidad para su yerno, procurándose los contactos oportunos
para que Velázquez fuese presentado en la corte, a donde iba a viajar so
pretexto de conocer las colecciones de pintura de El Escorial.
Su primer viaje a Madrid tuvo lugar en la primavera de 1622. Velázquez debió de
ser presentado a Olivares por Juan de Fonseca o por Francisco de Rioja,
pero según relata Pacheco «no se pudo retratar al rey aunque se procuró», por lo que el
pintor regresó a Sevilla antes de fin de año. A quien sí retrató
por encargo de Pacheco, que preparaba un Libro de retratos, fue al poeta
Luis de Góngora,
que era capellán del rey.
Retrato del
infante Don Carlos (1626-27). Elegante y
austero, todavía con iluminación tenebrista, resalta su rostro y sus manos
iluminados sobre un fondo de penumbra.
Gracias a Fonseca, Velázquez
pudo visitar las colecciones reales de pintura, de enorme calidad, donde Carlos I y Felipe II
habían reunido cuadros de Tiziano, Veronés, Tintoretto y los Bassano. Según Julián Gállego,
entonces debió comprender la limitación artística de Sevilla y que además de la
imitación de la naturaleza existía «una poesía en la pintura y una belleza en
la entonación». El estudio
posterior de la colección real, especialmente los tizianos, tuvo una decisiva
influencia en la evolución estilística del pintor, que pasó del naturalismo
austero de su época sevillana y de las severas gamas terrosas a la luminosidad
de los grises plata y azules transparentes en su madurez.
Poco más tarde, los amigos de
Pacheco, principalmente Juan de Fonseca, que era capellán real y había sido
canónigo de Sevilla, consiguieron que el conde-duque llamase a Velázquez para
retratar al rey.Así lo relató
Pacheco:
El de 1623
fue llamado [a Madrid] del mesmo don Juan (por orden del Conde Duque);
hospedóse en su casa, donde fue regalado y servido, y hizo su retrato. Llevólo
a palacio aquella noche un hijo del conde de Peñaranda, camarero del Infante
Cardenal, y en una hora lo vieron todos los de Palacio, los Infantes y el Rey,
que fue la mayor calificación que tuvo. Ordenóse que retratase al infante, pero
pareció más conveniente hacer el de su Majestad primero, aunque no pudo ser tan
presto por grandes ocupaciones; en efecto se hizo en 30 de agosto, 1623, a gusto
de Su Majestad, y de los Infantes y del Conde Duque, que afirmó no haber
retratado al rey hasta entonces; y lo mismo sintieron todos los señores que lo
vieron. Hizo también de camino un bosquexo del Príncipe de Gales, que le dio
cien escudos.
Ninguno de estos retratos se conserva, aunque se
ha querido identificar un discutido Retrato de caballero (Detroit Institute of
Arts) con el de Juan de Fonseca. Tampoco se conoce el del príncipe de Gales,
futuro Carlos I,
excelente aficionado a la pintura y que había llegado a Madrid de incógnito
para concertar su matrimonio con la infanta María, hermana de Felipe IV,
operación que no prosperó. Las obligaciones protocolarias de esta visita
debieron de ser las que retrasaran el primer retrato del rey, que por la
precisa datación de Pacheco, el 30 de agosto, debió de ser un boceto para
elaborarlo en el taller. Pudo servir de base para un primer y también perdido
retrato ecuestre, que en 1625 se expuso en la calle
Mayor, «con admiración de toda la corte e invidia de los de l'arte», de lo que
Pacheco se declara testigo. Cassiano dal Pozzo,
secretario del cardenal Barberini, a quien acompañó en su visita a Madrid en 1626,
informa de su colocación en el Salón Nuevo del Alcázar
formando pareja con el célebre retrato de Carlos V a
caballo en Mühlberg de Tiziano, testimoniando la «grandeza del caballo «è un bel paese»
(un bello paisaje), que según Pacheco habría sido pintado del natural, como
todo lo demás.
Todo indica que el joven
monarca, seis años menor que Velázquez, que había recibido clases de dibujo de Juan Bautista Maíno, supo apreciar de inmediato
las dotes artísticas del sevillano. Consecuencia de ese primer encuentro con el
rey fue que en octubre de 1623 se ordenó a Velázquez trasladar su lugar de residencia a
Madrid, siendo nombrado pintor del rey con un sueldo de veinte ducados
al mes, ocupando la vacante de Rodrigo de Villandrando que había fallecido
el año anterior Ese sueldo, que no incluía la remuneración
que le pudiese corresponder por sus pinturas, se vio pronto incrementado con
otras concesiones, incluido un beneficio eclesiástico en las Canarias por
valor de 300 ducados anuales, otorgado a petición del conde-duque por el papa Urbano
VIII.
El triunfo de Baco, (1628-29),
conocida como Los borrachos y considerada la obra maestra de este
periodo. Los adoradores de la derecha están modelados con un empaste denso y en
unos colores que corresponden a su etapa juvenil. Sin embargo, la luminosidad
del cuerpo desnudo y la presencia del paisaje de fondo muestran una evolución
en su técnica.
La rápida ascensión de
Velázquez provocó el resentimiento de los pintores más veteranos, como Vicente
Carducho y Eugenio Cajés, que lo acusaban de ser solo capaz de
pintar cabezas. Según escribió Jusepe Martínez, esto provocó la realización de un
concurso en 1627
entre Velázquez y los otros tres pintores reales: Carducho, Cajés y Angelo
Nardi. El ganador sería elegido para pintar el
lienzo principal del Salón Grande del Real Alcázar de Madrid. El motivo del cuadro
era La expulsión de los moriscos de España.
El jurado, presidido por Juan Bautista Maíno, entre los bocetos
presentados declaró vencedor a Velázquez. El cuadro fue colgado en este
edificio y se perdió posteriormente en el incendio del mismo (Nochebuena de 1734). Este concurso
contribuyó al cambio del gusto de la corte, abandonando el viejo estilo de
pintura y aceptando la nueva pintura.
En marzo de 1627 juró el cargo de ujier de cámara,
otorgado quizá por el triunfo en este concurso, con un sueldo de 350 ducados anuales,
y desde 1628
ostentó el cargo de pintor de cámara, vacante a la muerte de Santiago
Morán, considerado el cargo más importante entre los pintores de la corte.
Su trabajo principal consistía en realizar
los retratos de la familia real, por lo que éstos representan una parte
significativa de su producción. Otro trabajo era pintar cuadros para decorar
los palacios reales, lo que le dio una mayor libertad en la elección de temas y
en cómo representarlos, libertad de la que no gozaban los pintores comunes,
atados a los encargos y a la demanda del mercado. Velázquez podía aceptar
también encargos particulares, y consta que en 1624 cobró de doña Antonia de
Ipeñarrieta por los retratos que le pintó de su esposo fallecido, del rey y del
conde-duque, pero desde que se trasladó a Madrid solo aceptó encargos de
miembros influyentes de la corte. Se sabe que pintó varios retratos del rey y
del conde-duque, algunos para ser enviados fuera de España, como los dos
retratos ecuestres que en mayo de 1627 fueron enviados a Mantua por el embajador
en Madrid de los Gonzaga, algunos de los cuales se perdieron en el
incendio del Alcázar de 1734.
Entre las obras conservadas de
este periodo destaca especialmente El triunfo de Baco, popularmente
conocido como Los borrachos, su primera composición mitológica,
por la que en julio de 1629
cobró 100 ducados de la casa del rey. En él la antigüedad clásica se representa de forma
vigorosa y cotidiana como una reunión de campesinos de su tiempo reunidos
alegremente para beber, donde todavía persisten algunos modos sevillanos. Entre
los retratos de los miembros de la familia real destaca El infante Don
Carlos (Museo del Prado), de aspecto galán y algo indolente. De los
retratos no pertenecientes a la familia real puede destacarse el inacabado Retrato de hombre joven de la Alte
Pinakothek de Múnich. También podría pertenecer a este momento El geógrafo del Museo de Bellas Artes de Rouen,
inventariado en 1692
en la colección del marqués del Carpio como «un retrato de una vara de un
filósofo estándose riendo con un globo, original de Diego Velázquez».
Identificado también como Demócrito y alguna vez atribuido a Ribera,
con cuyo estilo guarda estrecha semejanza, provoca cierta perplejidad a la
crítica por el modo diverso como en él se tratan manos y cabeza, con una
pincelada muy suelta, y la manera más apretada del resto de la composición, lo
que se explicaría por una reelaboración de aquellas partes en torno a 1640.
Su técnica en este periodo
valora más la luz en función del color y la composición. En los retratos de los
monarcas, según indicó Palomino, debía reflejar «la discreción e inteligencia
del artífice, para saber elegir, a la luz o el contorno más grato... que en los
soberanos es menester gran arte, para tocar sus defectos, sin peligrar en la
adulación o tropezar en la irreverencia». Son las normas propias del «retrato
de corte» a las que el pintor se obliga para dar al retratado el aspecto que
mejor responda a la dignidad de su persona y de su condición. Pero Velázquez
limita el número de atributos tradicionales del poder (reducidos a la mesa, el
sombrero, el toisón o la empuñadura de la espada) para incidir en el
tratamiento del rostro y las manos, más iluminados y sometidos progresivamente
a un mayor refinamiento.
Muy característico en su obra, como ocurre en
el Retrato de Felipe IV de negro (Museo del
Prado), es la tendencia a repintar rectificando lo hecho, lo que dificulta la
datación precisa de sus obras. Esto constituye lo que se denominan
«arrepentimientos», achacables a la ausencia de estudios previos y a un modo
lento de trabajar, dado el carácter flemático del pintor, según lo definió el
propio rey. Pasado el tiempo lo antiguo que quedó debajo y sobre lo que se
pintó, surge de nuevo de forma fácilmente perceptible. En este retrato del rey
se comprueba en las piernas y el manto, pero las radiografías
revelan que el retrato fue repintado por completo, hacia 1628, introduciendo
sutiles variaciones sobre el retrato subyacente, del que existe otra copia
posiblemente autógrafa en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York,
algunos años anterior. De igual forma se percibe en muchos retratos
posteriores, sobre todo de los monarcas.
En 1628 Rubens
llegó a Madrid para realizar gestiones diplomáticas
y permaneció en la ciudad casi un año. Se sabe que pintó del orden de diez
retratos de la familia real, en su mayor parte perdidos. Al compararse los
retratos de Felipe IV realizados por ambos pintores, las diferencias son
notables: Rubens pintó al rey de forma alegórica,
mientras Velázquez lo representaba como la esencia del poder. Picasso
lo analizó así: «el Felipe IV de Velázquez es persona distinta del Felipe IV de
Rubens». Rubens en este viaje copió también obras de
la colección de pintura del rey, especialmente de Tiziano. Ya en otras ocasiones había copiado sus
obras, pues Tiziano representaba para él una de sus principales fuentes de
inspiración y estímulo. Esta labor de copia fue especialmente intensa en la
corte de Felipe IV, que poseía la más importante colección de obras del
veneciano. 55 Las copias que hizo Rubens fueron adquiridas
por Felipe IV y previsiblemente inspiraron también a Velázquez.
Rubens y Velázquez ya habían
colaborado en cierta forma antes de este viaje a Madrid, al servirse el
flamenco de un retrato de Olivares pintado por Velázquez para proporcionar el
dibujo de un grabado realizado por Paulus
Pontius e impreso en Amberes en 1626, en el que el marco alegórico fue diseñado por Rubens y la
cabeza por Velázquez. El sevillano lo debió ver pintar los retratos reales y
copias de Tiziano, siendo una gran experiencia para él observar la ejecución de
esos cuadros de los dos pintores que más influencia tendrían en su propia obra.
Pacheco afirmaba, en efecto, que Rubens en Madrid había tenido poco trato con
pintores excepto con su yerno, con quien visitó las colecciones de El Escorial,
estimulándole, según Palomino, a viajar a Italia. Para Harris
no hay duda de que esta relación inspiró su primer cuadro alegórico, Los
borrachos. Sin embargo Calvo Serraller precisa que aunque la
mayoría de los especialistas han interpretado la visita de Rubens como la
primera influencia decisiva que sufrió la pintura de Velázquez, nada hay que
demuestre un cambio sustancial en su estilo en este momento. Para Calvo
Serraller lo que sí es casi seguro es que Rubens impulsó el primer viaje a
Italia, pues al poco de marcharse de la corte española en mayo de 1629 Velázquez obtuvo
el permiso para realizar su viaje. Según los representantes italianos en España
este viaje era para completar sus estudios.
Primer viaje
a Italia
La fragua de Vulcano, (1630).
Obra esencial para entender su evolución en su primer viaje a Italia. La
atmósfera ha superado las limitaciones del tenebrismo y los cuerpos se modelan
en un espacio real y no emergen en una sombra envolvente. La preocupación por
el desnudo y la riqueza de las expresiones sugieren el estudio del clasicismo romano-boloñés.
Así pues, después de la marcha
de Rubens y seguramente influido por él, Velázquez solicitó licencia al rey
para viajar a Italia
a completar sus estudios. El 22 de
julio de 1629
le concedieron para el viaje dos años de salario, 480 ducados, y además
disponía de otros 400 ducados por el pago de varios cuadros. Velázquez viajó
con un criado, y llevaba cartas de recomendación para las autoridades de los
lugares que quería visitar.
Este viaje a Italia representó
un cambio decisivo en su pintura. Desde el siglo anterior muchos artistas de
toda Europa viajaban a Italia para conocer el centro de la pintura europea
admirado por todos, un anhelo compartido también por Velázquez. Además,
Velázquez era el pintor del rey de España, y por ello se le abrieron todas las
puertas, pudiendo contemplar obras que solo estaban al alcance de los más
privilegiados.
Partió del puerto de Barcelona en
la nave de Espínola, general genovés al
servicio del rey español, que volvía a su tierra. El 23 de
agosto de 1629
la nave arribó a Génova, de donde sin apenas detenerse marchó a Venecia, donde
el embajador español le gestionó visitas a las principales colecciones
artísticas de los distintos palacios. Según Palomino, copió obras de Tintoretto.
Como la situación política era delicada en la ciudad, permaneció allí poco
tiempo y partió hacia Ferrara, donde se encontraría con la pintura de Giorgione;
se desconoce el efecto que le produjo la obra de este gran innovador.
Después estuvo en Cento, interesado en
conocer la obra de Guercino, que pintaba sus cuadros con una iluminación muy
blanca, trataba a sus figuras religiosas como personajes corrientes y era un
gran paisajista. Para Julián Gállego, la obra de
Guercino fue la que más ayudó a Velázquez a encontrar su estilo personal.
En Roma, el cardenal
Francesco Barberini, a quien había tenido ocasión de retratar en Madrid, le
facilitó la entrada a las estancias vaticanas, en las que dedicó muchos días a la
copia de los frescos
de Miguel Ángel y Rafael.
Después se trasladó a Villa Médici, en las afueras de Roma, donde copió su
colección de escultura clásica. No solo estudió a los maestros antiguos; en
aquel momento se encontraban activos en Roma los grandes pintores del barroco Pietro
da Cortona, Andrea Sacchi, Nicolas
Poussin, Claudio de Lorena y Gian Lorenzo Bernini. No hay testimonio
directo de que Velázquez contactase con ellos, pero existen importantes
indicios de que conoció de primera mano las novedades del mundo artístico
romano.
La túnica de José, (1630). En
este primer viaje a Italia el conocimiento de los maestros italianos
perfecciona su técnica. En este cuadro se evidencia; en sus modelados
anatómicos, en los juegos de luces, en la armónica claridad de color y en una
composición más estructurada y compleja.
La asimilación del arte
italiano en el estilo de Velázquez se comprueba en La fragua de Vulcano y La túnica de José, lienzos pintados en este
momento por iniciativa propia sin encargo de por medio. En La fragua de
Vulcano, aunque persisten elementos del periodo sevillano, se advierte una
ruptura importante con su pintura anterior. Algunos de esos cambios se aprecian
en el tratamiento espacial: la transición hacia el fondo es suave y el
intervalo entre figuras está muy medido. También en las pinceladas, aplicadas
antes en capas de pintura opaca y ahora con una imprimación muy ligera, de modo
que la pincelada es fluida y los toques de luz producen sorprendentes efectos
entre las zonas iluminadas y las sombras. Así el pintor contemporáneo Jusepe Martínez concluía: «vino muy mejorado en
cuanto a perspectiva y arquitectura se refiere».
En Roma pintó también dos
pequeños paisajes en el jardín de Villa Médici: La entrada a la gruta
y El Pabellón de Cleopatra-Ariadna,
pero no existe acuerdo entre los historiadores sobre el momento de su
ejecución. Quienes sostienen que pudo pintarlos durante el primer viaje,
singularmente López-Rey, se apoyan en que el pintor vivió en Villa Médici
en el verano de 1630,
mientras que la mayoría de los especialistas han preferido retrasar la fecha de
su realización al segundo viaje, por considerar muy avanzada su técnica
bocetística, casi impresionista. Los estudios técnicos realizados en el
Museo del Prado, si bien en este caso no son concluyentes, avalan sin embargo
la ejecución en torno a 1630.
Según Pantorba, se propuso captar dos fugaces
«impresiones» a la manera como lo haría Monet dos siglos
después. El estilo de estos cuadros ha sido frecuentemente comparado con los
paisajes romanos que Corot pintó en el siglo XIX.
La novedad de estos paisajes radica no tanto
en sus asuntos como en su ejecución. Los estudios de paisajes tomados del
natural eran una práctica poco frecuente, utilizada solo por algunos artistas
holandeses establecidos en Roma. Algo después, también Claudio de Lorena
realizó de ese modo algunos conocidos dibujos. Pero, a diferencia de todos
ellos, Velázquez iba a emplear directamente el óleo, emulando en su ejecución
la técnica informal del dibujo.
Permaneció en Roma hasta el
otoño de 1630, y regresó a Madrid pasando por Nápoles,
donde hizo el retrato de la reina de Hungría (Museo del Prado).
Allí pudo conocer a José de Ribera, que se encontraba en su plenitud
pictórica.
Madurez en
Madrid
Según Gudiol,
este retrato de Felipe IV de castaño y plata,
pintado hacia 1631-1636, es de los primeros donde cambió su técnica buscando la
impresión visual. El conjunto parece plasmado meticulosamente pero consiguió
los efectos del vestido y de las mangas mediante manchas y toques irregulares.
Concluido su primer viaje a
Italia, estaba en posesión de una técnica extraordinaria. Con 32 años inició su
periodo de madurez. En Italia había completado su proceso formativo estudiando
las obras maestras del Renacimiento y su educación pictórica era la
más amplia que un pintor español había recibido hasta la fecha.
Desde principios de 1631, de nuevo en
Madrid, volvió a su principal tarea de pintor de retratos reales en un periodo
de amplia producción. Según Palomino, inmediatamente después de su
regreso a la corte se presentó al conde-duque, quien le ordenó acudir a dar las
gracias al rey por no haberse dejado retratar por otro pintor en su ausencia.
También se le aguardaba para retratar al príncipe Baltasar Carlos, nacido durante su
estancia en Roma, al que retrató en al menos seis ocasiones. Estableció su taller en el Alcázar y tuvo
ayudantes. Al mismo tiempo, prosiguió su ascenso en la corte, no exento de
litigios: en 1633
recibió una vara de alguacil de corte, ayuda de guardarropa de su majestad en 1636, ayuda de cámara
en 1643 y
superintendente de obras un año más tarde. La documentación, relativamente
abundante para esta etapa, recogida por Pita Andrade, presenta, sin embargo,
lagunas importantes en lo relativo a su labor artística.
En 1631 entró en su taller un
joven ayudante de veinte años, Juan Bautista Martínez del Mazo,
nacido en Cuenca, del que nada se sabe de su primera
formación como pintor. Mazo se casó el 21 de
agosto de 1633
con la hija mayor de Velázquez, Francisca, que tenía 15 años de edad. En 1634 su suegro le
cedió su puesto de ujier de cámara, para asegurar el futuro económico de
Francisca. Mazo apareció desde entonces estrechamente unido a Velázquez, como
su ayudante más importante, pero sus propias obras no pasarían de ser copias o
adaptaciones del maestro sevillano, destacando, según el aragonés Jusepe Martínez, por su habilidad en la pintura de
pequeñas figuras.
Su destreza al copiar las obras de su
maestro, destacada por Palomino, y su intervención en algunas obras de
Velázquez, que habían quedado sin terminar a su muerte, ha originado ciertas
incertidumbres, pues todavía hay discusiones entre los críticos sobre la
atribución de ciertos cuadros a Velázquez o a Mazo.
En 1632 pintó un Retrato del príncipe Baltasar
Carlos que se conserva en la Colección Wallace de Londres,
derivado de un retrato anterior, El príncipe Baltasar Carlos
con un enano, terminado en 1631.
Para José
Gudiol, este segundo retrato representa el comienzo de una nueva etapa en
la técnica de Velázquez, que en una larga evolución le llevó hasta sus últimas
pinturas, mal llamadas «impresionistas». En algunas zonas de este cuadro,
especialmente en el vestido, Velázquez deja de modelar la forma, tal como es,
para pintar según la impresión visual.
Buscaba de este modo la simplificación
del trabajo pictórico, pero esto exigía un conocimiento profundo de cómo se
producen los efectos de luz en las cosas representadas en la pintura. Se
precisa también una gran seguridad, una gran técnica y un instinto considerable
para poder elegir los elementos dominantes y principales, aquellos que
permitirían al espectador apreciar con exactitud todos los detalles como si
hubiesen sido pintados de verdad detalladamente. Precisa también de un dominio
total del claroscuro para dar la sensación de volumen. Esta técnica se
consolidó en el retrato Felipe IV de castaño y plata,
donde, mediante una disposición irregular de toques claros, se sugieren los
bordados del traje del monarca.
Participó en los dos grandes
proyectos decorativos del periodo: el nuevo Palacio del Buen Retiro, impulsado por
Olivares, y la Torre de la Parada, un pabellón de caza del rey
en las proximidades de Madrid.
Para el Palacio del Buen
Retiro, Velázquez realizó entre 1634 y 1635
una serie de cinco retratos ecuestres de Felipe III, Felipe IV, las esposas de ambos y
el príncipe heredero. Estos decoraban los testeros (extremos) del gran Salón de Reinos, concebido con la finalidad de
exaltar a la monarquía española y a su soberano. Para sus muros laterales se
encargó también una amplia serie de lienzos con batallas mostrando las
victorias recientes de las tropas españolas. Velázquez realizó uno de ellos, La rendición de Breda, el llamado también
Las lanzas.
Tanto el retrato de Felipe IV a caballo como el del príncipe se encuentran
entre las obras maestras del pintor. Quizás en los otros tres retratos
ecuestres pudo recibir ayuda de su taller, pero de todas formas se observa en
los mismos detalles de suma destreza que pertenecen a la mano de Velázquez. La
disposición de los retratos ecuestres del rey Felipe IV, la reina y el príncipe
Baltasar Carlos en el Salón de Reinos, ha sido reconstruida por Brown
apoyándose en descripciones de la época. El retrato del príncipe, el futuro de
la monarquía, se encontraba entre los de sus padres:
Felipe IV a caballo (1634)
La reina Isabel de Francia a
caballo (1628-1636)
Para la Torre de la Parada
pintó tres retratos del rey, de su hermano, el cardenal-infante don Fernando, y del príncipe vestidos de
cazadores. También para aquel pabellón de caza pintó otros tres cuadros, Esopo, Menipo y Marte
descansando.
Hacia 1634, y con destino
también al Palacio del Buen Retiro, Velázquez habría realizado un grupo de
retratos de bufones y "hombres de placer" de la corte. El inventario
de 1701 menciona
seis cuadros verticales de cuerpo entero que podrían haber servido para decorar
una escalera o una habitación inmediata al cuarto de la reina.
De ellos
únicamente tres pueden identificarse con certeza, todos ellos conservados en el
Museo del Prado: Pablo de Valladolid, El bufón llamado don Juan de
Austria y El bufón Cristóbal de Castañeda como Barbarroja.
Uno más, El portero Ochoa, se conoce
por copias, y podría haber pertenecido a esta serie el llamado Calabacillas con un molinete,
del Museo de Arte de Cleveland, de autografía debatida y estilísticamente
anterior.
Otros dos lienzos con bufones sentados
decoraban sobreventanas de la sala de la reina en la Torre de la Parada,
descritos en los inventarios como sendos enanos, uno de ellos «en traje de
filósofo» y en actitud de estudio, identificado con Diego de Acedo, el Primo,
y el otro, un bufón sentado con una baraja que se puede reconocer en Francisco Lezcano, el Niño de
Vallecas. La misma procedencia podría tener El bufón Calabacillas sentado. Otros dos
retratos de bufones fueron inventariados en 1666 por Juan Martínez
del Mazo en el Alcázar: El Primo, que debió de perderse en el incendio de 1734, y El bufón don Sebastián de Morra,
pintado hacia 1644.
Mucho se ha escrito sobre estas series de
bufones en las que retrató compasivamente sus carencias físicas y psíquicas.
Resueltos en unos espacios inverosímiles, pudo en ellos realizar experimentos
estilísticos con absoluta libertad.
El bufón Calabacillas (1637-39).
Uno de los retratos más angustiosos de Velázquez. Se representa al bufón de
forma realista con sus manos de epiléptico,
el estrabismo
evidente en su mirada y su sonrisa provocada por un gesto deforme y asimétrico.
Entre sus cuadros religiosos
de este periodo destacan San Antonio y San
Pablo ermitaño, pintado para su ermita en los
jardines del palacio del Buen Retiro, y el Cristo crucificado pintado para
el convento de San Plácido. Según Azcárate, en este Cristo reflejó su
religiosidad expresada en un cuerpo idealizado y sereno de formas sosegadas y
bellas.
La década de 1630
fue para Velázquez la de mayor actividad con los pinceles; casi un tercio de su
catálogo pertenece a este periodo. Hacia 1640 esta intensa
producción disminuyó drásticamente, y ya no se recuperó en el futuro. No se
conoce con seguridad el motivo de tal descenso en la actividad, si bien parece
probable que se viese acaparado en labores cortesanas al servicio del rey, que
le ayudaron a ganar una mejor posición social, pero que le restaron tiempo para
pintar.
Como superintendente de obras, debía ocuparse
además en tareas de conservación y dirigir las reformas que se hacían en el
Real Alcázar. Entre 1642 y 1646 hubo además de
acompañar a la corte en las «jornadas de Aragón». Allí
pintó un nuevo retrato del rey «de la forma que entró en Lérida» para
conmemorar el levantamiento del cerco puesto a la ciudad por el ejército
francés, enviado inmediatamente a Madrid y expuesto en público a petición de
los catalanes
de la corte. Es el llamado Felipe IV en Fraga, por la ciudad
oscense donde se pintó, en el que Velázquez alcanzó un notable equilibrio
entre la meticulosidad de la cabeza y los centelleantes brillos de la
indumentaria.
Velázquez ocupó en 1643 el puesto de
ayuda de cámara, que suponía el máximo reconocimiento de los favores reales,
dado que era una de las personas más próximas al monarca. Después de este
nombramiento, se sucedieron una serie de desgracias personales, la muerte de su
suegro y maestro Francisco Pacheco, el 27
de noviembre de 1644,
sumadas a las acontecidas en la corte: caída del poder del valido del rey, el
Conde-Duque de Olivares, que había sido su protector; la muerte de la reina
Isabel en 1644; y la defunción del príncipe Baltasar Carlos, a los 17 años de
edad; que con las rebeliones de Cataluña
y Portugal,
y las derrotas de los tercios españoles en la batalla
de Rocroi, harían de estos unos años difíciles también para Velázquez.
Segundo
viaje a Italia
Velázquez llegó a Málaga a
principios de diciembre de 1648, desde donde embarcaría con una pequeña flota el 21 de
enero de 1649
en dirección a Génova,permaneciendo en Italia hasta mediados de 1651, con el fin de
adquirir pinturas y esculturas antiguas para el rey. También debía contratar a Pietro
da Cortona para pintar al fresco
varios techos de estancias que se habían reformado en el Real Alcázar de Madrid. Al no poder comprar
esculturas antiguas tuvo que conformarse con encargar copias en bronce mediante vaciados o
moldes obtenidos de originales famosos. Tampoco pudo convencer a Pietro da
Cortona para realizar los frescos del Alcázar, y en su lugar contrató a Angelo Michele Colonna y Agostino
Mitelli, expertos en la pintura de trampantojo.
Este trabajo de gestión, más que el propiamente creativo, le absorbió mucho
tiempo; viajó buscando pinturas de maestros antiguos, seleccionando esculturas
antiguas para copiar y obteniendo los permisos para hacerlo. Otra vez realizó
un recorrido por los principales estados italianos en dos etapas: la primera le
llevó hasta Venecia,
donde adquirió obras de Veronés y Tintoretto
para el monarca español; la segunda, tras instalarse en Roma, a Nápoles,
donde se reencontró con Ribera e hizo provisión de fondos antes de retornar a
la Ciudad Eterna.
Juan
de Pareja (1649-50). Este retrato de su esclavo morisco fue
expuesto en el pórtico del Panteón el día de San José. En tonos verdosos, lo
representó con porte elegante y seguro de sí.
En Roma, a comienzos de 1650, fue elegido
miembro de las dos principales organizaciones de artistas: la Academia de San Lucas en enero, y la
Congregazione dei Virtuosi del Panteón el 13 de febrero. La pertenencia a la Congregación de los
Virtuosos le daba derecho a exponer en el pórtico del Panteón el 19 de
marzo, día de San José, donde expuso su
retrato de Juan Pareja (Museo Metropolitano de Arte de Nueva York).
El retrato de Pareja fue
pintado antes del realizado al papa Inocencio
X. Victor Stoichita estima que Palomino relató esto
de la forma que mejor le convino, alterando la cronología y acentuando el mito:
Cuando se
determinó retratarse al Sumo Pontífice, quiso prevenirse antes con el ejercicio
de pintar una cabeza del natural; hizo la de Juan Pareja, esclavo suyo y agudo
pintor, tan semejante, y con tanta viveza, que habiéndolo enviado con el mismo
Pareja a la censura de algunos amigos, se quedaban mirando el retrato pintado,
y al original, con admiración y asombro, sin saber con quién habían de hablar,
o quién había de responder (...) contaba Andrés Esmit ... que siendo estilo que
el día de San José se adorne el claustro de la Rotunda [el Panteón de Agripa] (donde está enterrado Rafael
de Urbino) con pinturas insignes antiguas, y modernas, se puso este retrato con
tan universal aplauso en dicho sitio, que a voto de todos los pintores de
diferentes naciones, todo lo demás parecía pintura, pero este solo verdad; en
cuya atención fue recibido Velázquez por Académico romano, año de 1650.
Destaca Stoichita la leyenda
forjada a lo largo de los años alrededor de este retrato y sobre la base de
este texto en varios niveles: la contraposición entre el retrato-ensayo del
esclavo y el retrato final con la grandeza del papa; las imágenes
expuestas en un espacio casi sagrado (en la tumba de Rafael, príncipe de los
pintores); el aplauso universal de todos los pintores de diferentes naciones al
contemplarlo entre insignes pinturas antiguas y modernas. En realidad, se sabe que entre un retrato y
otro pasaron algunos meses, dado que Velázquez no retrató al papa hasta agosto
de ese año y, por otra parte, su admisión como académico había tenido lugar
antes de su exposición.
Sobre Juan de Pareja, esclavo y ayudante de
Velázquez, se sabe que era morisco, «de generación mestiza y de color extraño» según Palomino.Se desconoce en qué momento pudo entrar en
contacto con el maestro, pero en 1642 firmó ya como testigo en un poder otorgado por Velázquez. Fue testigo nuevamente en 1647 y lo volvió a ser
en 1653, firmando
en esta ocasión el poder para testar de Francisca Velázquez, hija del pintor.
Según Palomino, Pareja ayudaba a Velázquez en
tareas mecánicas, como moler los colores y preparar los lienzos, sin que el
maestro, en razón de la dignidad del arte, le permitiese ocuparse nunca en
cuestiones de pintura o dibujo. Sin embargo, Pareja aprendió a pintar a
escondidas de su dueño. En 1649 acompañó a Velázquez en su segundo viaje a Italia, donde lo
retrató y, según se sabe por un documento publicado, el 23
de noviembre de 1650,
todavía en Roma, le otorgó la carta de libertad, con
obligación de seguir sirviendo al pintor cuatro años más.
El retrato más importante que
pintó en Roma fue el del papa Inocencio X. Gombrich
considera que Velázquez debió sentir el gran reto de tener que pintar al papa,
y sería consciente al contemplar los retratos que Tiziano y Rafael realizaron a
anteriores papas, considerados obras maestras, que sería recordado y comparado
con estos maestros. Velázquez, de igual forma, hizo un gran retrato,
interpretando con seguridad la expresión del papa y la calidad de sus ropas. 9
Venus
del espejo (1650). El reducido cromatismo del cuadro,
limitado a un rojo brillante, un cálido marrón, un suave azul y un blanco, hace
resaltar el cuerpo de Venus, que domina sobre lo demás, y que en realidad está
pintado por mezcla de esos cuatro colores. Venus aparece en una postura sensual
y a la vez pudorosa.
El excelente trabajo en el
retrato del papa desencadenó que otros miembros de la curia papal deseasen
retratos suyos de la mano de Velázquez. Palomino dice que realizó siete de
personajes que cita, dos no identificados y otros que quedaron inacabados, un
volumen de actividad bastante sorprendente en Velázquez, tratándose de un
pintor que se prodigaba muy poco.
Muchos críticos adjudican la Venus
del espejo a esta etapa en Italia. Velázquez debió de realizar al menos
otros dos desnudos femeninos, probablemente otras dos Venus, una de ellas citada en el inventario de
los bienes que dejaba a su muerte. El tema del tocador de Venus había sido
tratado anteriormente por dos de los maestros que más influencia tuvieron en la
pintura velazqueña: Tiziano y Rubens, pero por sus implicaciones eróticas
creaba serias reticencias en España. Cabe recordar que Pacheco aconsejaba a los
pintores que se viesen obligados a pintar un desnudo femenino utilizar a
mujeres honestas como modelos para cabeza y manos, imitando lo demás de
estatuas o grabados. La Venus de Velázquez aporta al género una
nueva variante: la diosa se encuentra tendida de espaldas y muestra su rostro
al espectador reflejado en el espejo.
Jenifer Montagu descubrió un
documento notarial que acreditaba la existencia en 1652 de un hijo romano
de Velázquez, Antonio de Silva, hijo natural y cuya madre se desconoce. Los
estudiosos han especulado sobre ello y Camón Aznar apuntó que pudo ser la modelo que posó
para el desnudo de la Venus del espejo, que quizás fuese la que Palomino
llamaba Flaminia Triunfi, «excelente pintora», a la que habría retratado
Velázquez. De esta supuesta pintora, sin embargo, no se tiene ninguna otra
noticia, aunque Marini sugiere que quizás se pueda identificar con Flaminia
Triva, de veinte años, hermana y colaboradora de Antonio Domenico Triva,
discípulo de Guercino.
La correspondencia que se
conserva muestra las continuas demoras de Velázquez para retrasar el fin del
viaje. Felipe IV estaba impaciente y deseaba su vuelta. En febrero de 1650
escribió a su embajador en Roma para que le urgiese en el regreso: «pues
conoceis su flema, y que sea por mar, y no por tierra, porque se podría ir deteniendo
y más con su natural». Velázquez seguía en Roma a finales de noviembre. El conde de Oñate comunicó su marcha
el 2 de diciembre y a mediados de mes se comunicó su paso por Módena. Sin
embargo, hasta mayo de 1651
no embarcó en Génova.
Última
década: su cumbre pictórica
En junio de 1651 regresó a Madrid
con numerosas obras de arte. Poco después, Felipe IV lo nombró Aposentador
Real, lo que le encumbró en la corte y añadió fuertes ingresos que se sumaron a
los que ya recibía como pintor, ayuda de cámara, superintendente y en concepto
de pensión. Aparte recibía las cantidades estipuladas por los cuadros que
realizaba. Sus cargos administrativos le absorbieron
cada vez más, incluido el de Aposentador Real, que le quitaron gran cantidad de
tiempo para desarrollar su labor pictórica. Aun así, a este periodo corresponden algunos
de sus mejores retratos y sus obras magistrales Las
meninas y Las hilanderas.
La llegada de la nueva reina, Mariana de Austria, motivó la realización de
varios retratos. También la infanta casadera María Teresa fue retratada en varias
ocasiones, pues debía enviarse su imagen a los posibles esposos a las cortes
europeas. Los nuevos infantes, nacidos de Mariana, también originaron varios
retratos, sobre todo Margarita, nacida en 1651.
En el final de su vida pintó
sus dos composiciones más grandes y complejas, sus obras La fábula de Aracné
(1658), conocida
popularmente como Las hilanderas, y el más celebrado y famoso de todos
sus cuadros, La familia de Felipe IV o Las meninas (1656). En
ellos vemos su estilo último, donde parece representar la escena mediante una
visión fugaz. Empleó pinceladas atrevidas que de cerca parecen inconexas, pero
contempladas a distancia adquieren todo su sentido, anticipándose a la pintura
de Manet y a los impresionistas
del siglo
XIX, en los que tanto influyó su estilo. Las interpretaciones de estas dos obras han
originado multitud de estudios y son consideradas dos obras maestras de la
pintura europea.
Los dos últimos retratos
oficiales que pintó del rey son muy diferentes de los anteriores. Tanto el busto del Museo del Prado como el debatido de
la National Gallery son dos retratos íntimos donde aparece vestido de negro y
solo en el segundo con el toisón
de oro. Según Harris, reflejan el decaimiento físico y moral del monarca,
del cual se dio cuenta. Hacía nueve años que no lo retrataba, y así mostró el
mismo Felipe IV sus reticencias a dejarse pintar: «no me inclino a pasar por la
flema de Velázquez, como por no verme ir envejeciendo».
El último encargo que recibió
del rey fue la pintura de cuatro escenas mitológicas para el Salón de los
Espejos del Real Alcázar de Madrid en 1659, donde se
colocaron junto a obras de Tiziano, Tintoretto, Veronés y Rubens, los
pintores preferidos de Felipe IV. De las cuatro obras (Apolo y Marsias, Adonis
y Venus, Psique y Cupido, y Mercurio
y Argos) solo se conserva en la actualidad la última en el Museo del
Prado, resultando destruidas las tres restantes en el incendio del Real Alcázar
la Nochebuena de 1734,
en tiempos de Felipe V. Durante ese incendio se perdieron más
de 500 obras de otros importantes autores y el edificio quedó reducido a
escombros, hasta que cuatro años más tarde en su solar se comenzó a edificar el
Palacio Real de Madrid. La calidad de la tela conservada, y lo
infrecuente que entre los pintores españoles de la época eran sus asuntos, que
por su naturaleza incluirían desnudos, hace especialmente grave la pérdida de
estas tres pinturas.
Retratos de los infantes
La Infanta Margarita en azul (1659)
El príncipe Felipe Próspero (1659)
La infanta María Teresa (1652)
Su último estilo. Pintura alla prima,
rápida y espontánea, con yuxtaposición y superposición de pinceladas que a
distancia logra los efectos visuales requeridos. Todos se conservan en el Kunsthistorisches Museum de Viena.
De acuerdo a la mentalidad de su
época, Velázquez deseaba alcanzar la nobleza, y procuró ingresar en la Orden
de Santiago, contando para ello con el favor real, que el 12 de
junio de 1658,
le hizo merced del hábito de caballero.
Para ser admitido, sin embargo, el
pretendiente debía probar que sus antepasados directos habían pertenecido
también a la nobleza, no contándose entre ellos judíos ni conversos.
Por tal motivo, el Consejo de Órdenes Militares abrió en julio una
investigación sobre su linaje, tomando declaración a 148 testigos.
De forma muy
significativa, muchos de ellos afirmaron que Velázquez no vivía de la pintura,
sino de su trabajo en la corte, llegando a decir algunos de los más allegados,
pintores también, que nunca había vendido un cuadro.
A principios de abril de 1659 el Consejo dio
por concluida la recogida de informes, rechazando la pretensión del pintor al
no encontrarse acreditada la nobleza de su abuela paterna ni de sus abuelos
maternos. En estas circunstancias solo la dispensa del papa podía lograr que
Velázquez fuese admitido en la Orden. A instancias del rey, el papa Alejandro
VII dictó un breve apostólico el 9 de julio
de 1659, ratificado el 1 de octubre, otorgándole la dispensa solicitada, y el
rey le concedió la hidalguía el 28
de noviembre, venciendo así la resistencia del Consejo de Órdenes, que en
la misma fecha despachó en favor de Velázquez el ansiado título.
En 1660 el rey y la corte
acompañaron a la infanta María Teresa a Fuenterrabía,
cerca de la frontera francesa, donde se encontró con su nuevo esposo Luis XIV.
Velázquez, como aposentador real, se encargó de preparar el alojamiento del
séquito y de decorar el pabellón donde se produjo el encuentro. El trabajo
debió ser agotador y a la vuelta enfermó de viruela.
Cayó enfermo a finales de
julio y, unos días después, el 6 de
agosto de 1660
murió a las tres de la tarde en Madrid. Al día siguiente, 7 de
agosto, fue enterrado en la desaparecida iglesia de San Juan Bautista,
con los honores debidos a sus cargos y como caballero de
la Orden de Santiago. Ocho días después, el 14 de
agosto, falleció también su esposa Juana.
Documentación
contemporánea sobre el pintor
Sus primeros biógrafos
aportaron abundante información básica sobre su vida y su obra. El primero fue Francisco
Pacheco (1564-1644), persona muy cercana a él pues fue su maestro en su
juventud y también su suegro. En un tratado dedicado al Arte de la pintura,
terminado en 1638,
dio amplia información hasta esa fecha. Aportó detalles personales sobre su
aprendizaje, sus primeros años en la corte y su primer viaje a Italia. El
aragonés Jusepe Martínez, que lo trató en Madrid y Zaragoza,
incluyó una breve reseña biográfica en sus Discursos practicables del
nobilísimo arte de la pintura (1673), con informaciones del segundo viaje a
Italia y de los honores recibidos en la corte.
También se dispone de la biografía completa
que sobre el pintor realizó Antonio
Palomino (1655-1721), publicada en 1724, 64 años después
de la muerte de Velázquez. Esta obra, relativamente tardía, sin embargo estaba
basada en las notas biográficas tomadas por un amigo del pintor, Lázaro Díaz del Valle, que se han conservado
manuscritas, y las perdidas de uno de sus últimos discípulos, Juan de Alfaro (1643-1680). Además Palomino
era pintor en la corte, conocía bien las obras de Velázquez de las colecciones
reales y habló con personas que de jóvenes conocieron al pintor. Dio abundante
información de su segundo viaje a Italia, de su actividad como pintor de cámara
y como funcionario de Palacio.
Diversos elogios poéticos,
entre ellos alguno muy temprano como el soneto dedicado
por Juan Vélez de Guevara a un retrato ecuestre
del rey, el panegírico de Salcedo
Coronel a otro del conde-duque, o el epigrama de Gabriel Bocángel al Retrato de una dama de
superior belleza, además de noticias sobre obras concretas permiten
comprobar el rápido reconocimiento del pintor en círculos allegados a la corte.
Otras noticias se encuentran en escritores
contemporáneos como Diego Saavedra Fajardo o Baltasar Gracián, en los que su fama, aunque
directamente ligada a su condición de retratista del rey, trasciende el ámbito
meramente cortesano. Muy significativos son en este orden los comentarios del
padre Francisco de los Santos, con noticias
relativas a su participación en la decoración del Monasterio de El Escorial.
Se dispone, además, de muchos documentos
administrativos sobre acontecimientos que le sucedieron. Sin embargo nada se
sabe de sus cartas, escritos personales, amistades o vida privada, que
permitirían indagar en su vida, su trabajo y su pensamiento. Lo cual hace
difícil la comprensión de la personalidad del artista.
Sí se conocen sus intereses en
libros. Su biblioteca, muy numerosa para la época, estaba formada por 154
ejemplares sobre matemáticas, geometría,
geografía,
mecánica,
anatomía,
arquitectura
y teoría del arte. Recientemente, varios estudiosos a
través de estos libros han intentado acercarse a la compresión de su
personalidad.
El artista
Príncipe Baltasar Carlos a caballo (detalle,
1635). Considerada una de sus obras maestras. Sus pinceladas rápidas,
abocetadas y de enorme precisión, anteceden en dos siglos los modos
impresionistas.
Evolución de
su estilo pictórico
En sus inicios sevillanos, su estilo
era el del naturalismo tenebrista, valiéndose de una luz intensa y
dirigida; su pincelada densamente empastada modelaba las formas con precisión,
y sus colores dominantes eran tonos tostados y carnaciones cobrizas.
Para Xavier de Salas cuando
Velázquez se estableció en Madrid, al estudiar a los grandes pintores
venecianos en la colección real, modificó su paleta y pasó a pintar con grises
y negros en lugar de los colores terrosos. Todavía hasta el
final de su primer periodo madrileño, concretamente hasta que realizó Los
borrachos, siguió pintando sus personajes con contornos precisos y
destacándolos de los fondos con pinceladas opacas.
En su primer viaje a Italia
realizó una radical transformación de su estilo. En este viaje el pintor ensayó
nuevas técnicas, buscando la luminosidad. Velázquez, que había ido
desarrollando su técnica en los años anteriores, concluyó esta transformación a
mediados de 1630, donde se considera que encontró su lenguaje pictórico propio
mediante una combinación de pinceladas sueltas de colores transparentes y
toques precisos de pigmento para resaltar los detalles.
A partir de La fragua de
Vulcano, pintada en Italia, la preparación de los cuadros cambió y se
mantuvo así el resto de su vida. Se componía básicamente de blanco de plomo aplicado con espátula, que
formaba un fondo de gran luminosidad, complementado con pinceladas cada vez más
transparentes. En La rendición
de Breda y en el Retrato ecuestre de Baltasar Carlos, pintados en la
década de 1630, concluyó este cambio. El recurso a los fondos claros y capas
transparentes de color para crear una gran luminosidad eran frecuentes en
pintores flamencos e italianos, pero Velázquez desarrolló esta técnica hasta
extremos nunca vistos.
Esta evolución se produjo
debido al conocimiento de la obra de otros artistas, especialmente la colección
real y los cuadros que estudió en Italia. También por su relación directa con
otros pintores, como Rubens en su visita a Madrid y los que conoció en su
primer viaje a Italia. Velázquez, por
tanto, no hacía como los otros pintores que trabajaban en España, que pintaban
superponiendo capas de color. Él desarrolló su propio estilo de pinceladas
diluidas y toques rápidos y precisos en los detalles. Estos pequeños detalles
tenían mucha importancia en la composición. La evolución de su pintura
prosiguió hacia una mayor simplificación y rapidez de ejecución. Su técnica,
con el paso del tiempo, se volvió más precisa y esquemática. Fue el resultado
de un amplio proceso de maduración interior.
El pintor no tenía la composición
totalmente definida al ponerse a trabajar; más bien prefería ajustarla según
iba progresando el cuadro, introduciendo modificaciones que mejorasen el
resultado. Raramente hacía dibujos preparatorios, simplemente hacía un bosquejo
de las líneas generales de la composición. En muchas de sus obras sus célebres
correcciones se aprecian a simple vista. Los contornos de las figuras se van
superponiendo en el cuadro según modificaba su posición, añadía o eliminaba
elementos. A simple vista se pueden observar muchos de estos ajustes:
modificaciones en la posición de las manos, de las mangas, en los cuellos, en
los vestidos. Otra costumbre
suya era retocar sus obras después de concluidas; en algunos casos estos
retoques se produjeron mucho tiempo después.
La paleta de colores que
empleaba era muy reducida, utilizando en toda su vida los mismos pigmentos. Lo
que varió con el tiempo es la forma de mezclarlos y aplicarlos.
El grado de acabado es otra
parte fundamental de su arte y depende del tema. Las figuras —en particular
cabezas y manos— son siempre la parte más elaborada; en el caso de los retratos
de la familia real, están mucho más trabajadas que en los bufones, donde se
tomó las mayores libertades técnicas. En cuadros como La costurera, la zona abocetada con amplias
pinceladas ocupa gran parte del cuadro. A lo largo de su vida, en muchos
retratos y otras composiciones mitológicas, religiosas o históricas, aparecen
estas zonas esbozadas. Para López-Rey es claro que estas partes abocetadas
tienen una intensidad expresiva intrínseca, estando bien integradas en la
composición del cuadro, y puede considerarse parte del arte de Velázquez.
Detalle de Las meninas donde se aprecia su último
estilo: trazos largos y sueltos en los contornos y pinceladas breves en los
toques de luz, fundamentalmente en los vestidos.
Sus dibujo
De Velázquez se conocen muy
pocos dibujos, lo que dificulta su estudio. A pesar de
las noticias facilitadas por Pacheco y Palomino, sus primeros biógrafos, que
hablan de su labor de dibujante, su técnica de pintura alla prima parece excluir la ejecución de
numerosos estudios previos. Pacheco se refiere a los dibujos realizados durante
su etapa de aprendizaje de un muchacho que le servía de modelo y cuenta que
durante su primer viaje a Italia estuvo alojado en el Vaticano, donde
pudo dibujar libremente los frescos de Rafael y Miguel Ángel. De algunos de esos
dibujos pudo servirse muchos años más tarde en La fábula de Aracne,
al utilizar para las dos hilanderas principales el diseño de los efebos
situados sobre la Sibila pérsica en la
bóveda de la
Capilla Sixtina. Palomino, por su
lado, cuenta que realizó estudios dibujados de las obras de los pintores
venecianos del Renacimiento, «y particularmente del cuadro de Tintoretto, de la
Crucifixión de Cristo Nuestro Señor, copioso de figuras».Ninguna de estas
obras se ha conservado.
Dibujo preparatorio y cuadro
terminado
Dibujo preparatorio (Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando)
Copia de taller del cuadro perdido del cardenal Borja (1645), Museo de Arte de Ponce,
del que se conocen otras réplicas.
Según Gudiol, el único dibujo
del que se tiene total garantía que sea de su mano es el estudio realizado para
el retrato del
cardenal Borja. Dibujado a lápiz, cuando Velázquez tenía 45 años de
edad, dice de él Gudiol que «está ejecutado con simplicidad pero dando el valor
preciso a líneas, sombras, superficies y volúmenes dentro de la tendencia
realista».
Para el resto de dibujos
atribuidos o relacionados con Velázquez no existe unanimidad de criterio entre
los historiadores, por la diversidad de técnicas empleadas. Gudiol solo acepta
con pleno convencimiento, además del citado retrato del cardenal Borja, una
cabeza de muchacha y un busto femenino, en los que aparece retratada la misma
muchacha, ejecutados ambos con lápiz negro sobre papel de hilo y sin duda de la
misma mano. Ambos dibujos se conservan en la Biblioteca
Nacional de Madrid y pertenecen probablemente a su etapa sevillana. Dos esbozos a
lápiz muy ligeros, estudios para figuras de La rendición de Breda,
conservados también en la Biblioteca Nacional de Madrid, son aceptados como
autógrafos por López-Rey y Jonathan Brown.123 Últimamente
Mckim-Smith da por auténticos, como estudios preparatorios del retrato de
Inocencio X, ocho dibujos del Papa esbozados en dos hojas de papel que se
conservan en Toronto.
Esta escasez de dibujos
confirma la suposición de que Velázquez comenzaba sus cuadros sin estudios
previos marcando sobre el lienzo las líneas iniciales de la composición. Esto
se corrobora en algunos sectores que dejó sin terminar en varios cuadros, donde
aparecen vigorosos trazos, como en la mano izquierda del
retrato de un hombre de la Pinacoteca de Múnich o en la cabeza de
Felipe IV en el retrato de Montañés. También se ha
comprobado en otros cuadros del pintor conservados en el Museo del Prado donde
mediante reflectografía
infrarroja, a veces, son visibles los trazos de estas líneas
esenciales de la composición.
Reconocimiento
de su pintura
El reconocimiento de Velázquez
como gran maestro de la pintura occidental fue relativamente tardío. Hasta
principios del siglo XIX raramente su
nombre aparece fuera de España entre los artistas considerados mayores. Las causas son
varias: la mayor parte de su carrera la consagró al servicio de Felipe IV, por
lo que casi toda su producción permaneció en los palacios reales, lugares poco
accesibles al público. Al contrario que Murillo o
Zurbarán, no dependió de la clientela
eclesiástica y realizó pocas obras para iglesias y demás edificios religiosos,
por lo que no fue un artista popular.
Pablo de Valladolid (1636-37).
Sin suelo, ni fondo, crea el espacio por medio de la sombra, realzada por la
diagonal en profundidad. Este retrato fue
de los más admirados por Manet que dijo: «... el fondo desaparece. Es aire lo
que rodea al hombrecillo...»
Además, compartió la
incomprensión general hacia algunos pintores del final del Renacimiento y del
Barroco como el Greco, Caravaggio o Rembrandt, que debieron aguardar tres siglos para
ser comprendidos por la crítica, que en cambio encumbraba a otros pintores como
Rubens y Van Dyck y en general a los que persistían en el
estilo antiguo. La escasa fortuna de Velázquez con la crítica debió comenzar
pronto; además de las críticas de los pintores de corte, quienes le censuraban
saber pintar solo «una cabeza», Palomino cuenta que el primer retrato ecuestre
de Felipe IV sometido a la censura pública fue muy criticado, argumentándose
que el caballo iba contra las reglas del arte y el pintor enfadado borró gran
parte de la pintura.
En otro lugar
hablaba, sin embargo, de la excelente acogida dispensada por el público a ese
mismo retrato, recogiendo los versos laudatorios de Juan Vélez de Guevara. Pacheco, en su época,
ya advirtió de la necesidad de defender esta pintura de la acusación de ser
simples borrones. Si aún hoy cualquier aficionado se admira al contemplar de
cerca una maraña de colores que a distancia cobra todo su sentido, en aquella
época, los efectos ópticos aún desconcertaban e impresionaban más y Velázquez
cuando los adoptó poco tiempo después de su primer viaje a Italia, fue continuo
motivo de discusión como partidario del nuevo estilo.
El primer conocimiento en Europa del pintor se debe a Antonio Palomino,
rendido admirador, cuya biografía de Velázquez, publicada en 1724
en el tomo III de El museo pictórico y escala óptica, fue traducida
abreviadamente al inglés en Londres en 1739,
al francés en París en 1749
y 1762, y al alemán en Dresde en 1781,
sirviendo a partir de entonces de fuente y conocimiento para los historiadores.
Norberto Caimo, en la Lettere d'un vago italiano ad un suo amico (1764),
se servía del texto de Palomino para ensalzar al «Principe de'Pittori
Spagnuoli», quien habría sabido unir magistralmente al dibujo romano el
colorido veneciano.
El primer juicio
francés sobre Velázquez es anterior y se encuentra en el tomo V (1688) de los Entretiens
sur les vies et sur les ouvrages des plus excellents peintres anciens et
modernes de André Félibien.
Limitado su conocimiento de la pintura española a la conservada en las
colecciones reales francesas, Félibien solo podía citar un paisaje de Cleantes
(por Collantes), y
«plusieurs Portraits de la Maison d'Autriche», conservados en los bajos del Louvre y atribuidos a Velázquez. Respondiendo a
su interlocutor, que le había preguntado qué encontraba de admirable en la obra
de estos dos desconocidos, y situándolos entre los pintores de segundo rango,
Félibien elogiaba en ellos «que han escogido y mirado la naturaleza de modo muy
particular», sin el aire bello de los pintores italianos.
Ya en el siglo XVIII Pierre-Jean
Mariette calificaba las pinturas de Velázquez de «osadías
inconcebibles que, a distancia, hacen un efecto sorprendente y llegan a
producir una ilusión total».
También en el siglo XVIII el
pintor Anton Raphael Mengs
consideraba que aun careciendo de las nociones de belleza ideal por su
tendencia al naturalismo, había conseguido hacer circular el aire en torno a
las cosas pintadas, y por ello es merecedor de respeto. En sus cartas a
Antonio Ponz elogiaba algunas pinturas concretas por su sabia imitación del
natural, en particular las Hilanderas, de su último estilo, «que parece
no tuvo parte la mano en la execución». A un mejor
conocimiento y valoración de su pintura contribuyeron también las noticias
transmitidas por viajeros ingleses como Richard Twiss (1775), Henry Swinburne (1779) o Joseph
Townsend (1786), quien con el consabido elogio a la imitación del
natural, en lo que los españoles no son inferiores a los principales maestros
de Italia o de Flandes, valoraba el tratamiento de la luz y la perspectiva aérea,
en lo que Velázquez «deja a todos los otros pintores bastante por detrás de
él».
Con la Ilustración y sus ideales educativos, Goya, que en alguna ocasión declaró no tener
otros maestros que Velázquez, Rembrandt y la Naturaleza, recibió el encargo de
hacer grabados de algunas de las obras velazqueñas conservadas en las
colecciones reales. Diderot y D'Alembert,
en el artículo «peinture» de L'Encyclopédie
de 1791, describieron la vida de Velázquez y algunas de sus obras maestras: El
aguador, Los borrachos y Las hilanderas. Poco después Ceán Bermúdez
renovó en su Diccionario (1800) la valoración de Palomino, ampliándola
con algunas obras de su etapa sevillana.
Muchas de estas ya habían salido de
España, según contaba el pintor Francisco
Preciado de la Vega a Giambatista Ponfredi en carta fechada en 1765,
aludiendo a las «bambochadas» que allí
había pintado, «con manera bastante colorida, y acabada, según el gusto de
Caravaggio» y que habían sido llevadas por los extranjeros. La obra de
Velázquez comenzó a ser mejor conocida fuera de España cuando los viajeros
extranjeros que visitaban el país pudieron contemplarla en el Museo del Prado, que comenzó a mostrar las colecciones
reales en 1819. Antes solo los que disponían de un permiso
especial podían contemplar su obra en los palacios regios.
El estudio sobre el pintor de Stirling-Maxwell, publicado en Londres en 1855
y traducido al francés en 1865, ayudó en el
redescubrimiento del artista; se trataba del primer estudio moderno sobre la
vida y obra del pintor. La revisión de la importancia de Velázquez como pintor
coincidió con un cambio de sensibilidad artística.
La revalorización definitiva
del maestro la realizaron los pintores impresionistas, que comprendieron
perfectamente sus enseñanzas, sobre todo Manet
y Renoir, que
viajaron al Prado para descubrirlo y comprenderlo.
Cuando Manet
realizó su famoso viaje de estudio a Madrid en 1865, la fama del pintor ya
estaba establecida, pero nadie se sintió tan maravillado y fue quien más hizo
por la comprensión y valoración de su arte. Lo calificó como
el «pintor de pintores» y «el más grande pintor que jamás ha existido».
La influencia de
Velázquez se encuentra por ejemplo en El pífano, donde Manet se inspira
abiertamente en los pintores de enanos y bufones realizados por el pintor
sevillano.También hay que
tener en cuenta la confusión sobre su obra pues en ese tiempo había un
considerable caos y un gran desconocimiento sobre sus obras autógrafas, copias,
réplicas del taller o atribuciones erróneas y no estaba clara su diferencia.
Así en el período de 1821 a 1850
se vendieron en París unas 147 obras atribuidas a Velázquez, de las cuales solo
una, La dama del abanico
hoy conservada en Londres, es reconocida actualmente como auténtica por los
especialistas.
Por tanto, el surgimiento de Velázquez
como pintor universal se produjo hacia 1850.
En la segunda parte del siglo fue considerado como el realista supremo y el
padre del arte moderno.A finales de siglo
se añadió la interpretación de Velázquez como un pintor protoimpresionista.
Stevenson, en 1899, estudió sus cuadros con mirada de pintor, y
encontró numerosas conexiones entre la técnica de Velázquez y los
impresionistas franceses.José Ortega y Gasset
situó el momento de máxima fama de Velázquez entre 1880
y 1920, coincidiendo con el tiempo de los
impresionistas franceses.
Luego aconteció lo inverso,
hacia 1920 el impresionismo y sus ideas estéticas declinaron, y con ellos la
consideración de Velázquez. Comenzó, según
Ortega, un periodo que llamó de invisibilidad de Velázquez.
Influencias
y homenajes en el arte del siglo XX
El capítulo esencial que
constituye Velázquez en la historia del arte es perceptible en nuestros días
por el modo como los pintores del siglo XX han juzgado su obra. Fue Pablo Picasso quien rindió a su compatriota el
homenaje más visible, con la serie de lienzos que dedicó a Las meninas (1957) reinterpretadas en estilo cubista, pero conservando con precisión la
posición original de los personajes.
Otra serie famosa es la que dedicó Francis Bacon
en 1953 al Estudio según el retrato del papa Inocencio X por Velázquez. Salvador Dalí, entre otras muestras de admiración
al pintor, realizó en 1958 una obra titulada Velázquez pintando a la
infanta Margarita con las luces y las sombras de su propia gloria, seguida
en el año del tercer centenario de su muerte de un Retrato de Juan de Pareja
reparando una cuerda de su mandolina y de su propia versión de Las
meninas (1960), evocadas también en La apoteosis del dólar (1965),
en la que Dalí se reivindicaba a sí mismo.
La influencia de Velázquez ha
llegado también al cine. Es particularmente notable en el caso de Jean-Luc Godard, quien en Pierrot le fou (1965) puso en escena a una
niña leyendo un texto de Élie Faure dedicado a
Velázquez, extraído de su L'Histoire de l'Art:
Vélasquez,
après cinquante ans, ne peignait plus jamais une chose définie. Il errait autour
des objets avec l'air et le crépuscule. Il surprenait dans l'ombre et la
transparence des fonds les palpitations colorées dont il faisait le centre
invisible de sa symphonie silencieuse.
Catálogo y
museografía
El bufón don
Sebastián de Morra (1645). Obsérvense la luminosidad
del rostro, su mirada concentrada, la representación de sus ropas y el
tratamiento del fondo neutro.
Las obras conservadas del
pintor se estiman entre ciento veinte y ciento veinticinco lienzos, cantidad
reducida dados los cuarenta años de dedicación pictórica. Si se añaden las
obras de las que se tienen referencias pero que se han perdido debió pintar
alrededor de ciento sesenta cuadros. En los veinte primeros años de actividad
pintó sobre ciento veinte, a razón de seis al año, mientras que en sus últimos
veinte años solo pintó unos cuarenta cuadros, a razón de dos anuales. Palomino explicó
que esta reducción se produjo porque las múltiples actividades de la corte le
quitaban mucho tiempo.
El primer catálogo sobre la
obra de Velázquez lo realizó William Stirling-Maxwell en 1848
e incluía 226 cuadros. Los sucesivos catálogos de otros autores han ido
reduciendo el número de obras auténticas hasta llegar a la cifra actual de
120-125. De los catálogos actuales, el más utilizado es el de José López-Rey
publicado en 1963 y revisado en 1979.
En el primero incluía ciento veinte obras y en la revisión eran ciento
veintitrés.
El Museo del Prado tiene unas cincuenta obras del
pintor, la parte fundamental de la colección real, mientras que en otros
lugares y museos de Madrid se encuentran otras diez obras.
En el Museo de
Historia del Arte de Viena (Kunsthistorisches Museum) se pueden
admirar diez cuadros, entre ellos cinco retratos de la última década. Estos cuadros, la
mayoría retratos de la infanta Margarita,
eran enviados a la corte imperial de Viena para que su primo el emperador Leopoldo,
que se había prometido con ella en su nacimiento, pudiese observar su
crecimiento.
En las islas británicas
se conservan una veintena de cuadros y ya en vida de Velázquez había
aficionados a coleccionar su pintura. Es donde existen más obras del periodo
sevillano y allí se conserva la única Venus de Velázquez que ha
sobrevivido. Los bodegones se encuentran en galerías públicas de Londres, Edimburgo y Dublín. La mayor parte de estas obras salieron de
España durante la invasión
napoleónica.
En Estados Unidos se encuentra otra veintena de
obras, de las que la mitad se encuentran en museos de Nueva York.
Obra
Se incluye a continuación
parte de su mejor obra para dar una visión de su estilo pictórico de madurez,
por el que es mundialmente reconocido. En primer lugar La rendición de Breda
de 1635 donde experimentó con la luminosidad. Después uno de los mejores
retratos de quien fue especialista en el género, el del papa Inocencio X
pintado en 1650. Por último sus dos obras magistrales tardías Las meninas
de 1656 y Las hilanderas de 1658.
La rendición
de Breda
La rendición de Breda (1635). 307x367 cm.
En esta obra encontró una nueva forma de captar la luz. Velázquez ya no emplea
el modo «caravaggista» de iluminar los volúmenes con luz intensa y dirigida,
como había hecho en su etapa sevillana. La técnica se ha vuelto muy fluida. Sobre la marcha
modificó varias veces la composición borrando lo que no le gustaba con ligeras
superposiciones de color. Así las lanzas de los soldados españoles se añadieron
en una fase posterior.
Este cuadro de la batalla de Breda
estaba destinado a decorar el gran Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro,
junto con otros cuadros de batallas de varios pintores. El Salón de Reinos se
concibió con el fin de exaltar a la monarquía española y a Felipe IV.
Se trata de una obra de total
madurez técnica, donde encontró una nueva forma de captar la luz. El estilo
sevillano ha desaparecido, ya no se emplea la forma «caravaggista» de tratar el
volumen iluminado. La técnica se vuelve muy fluida hasta el punto de que en
algunas zonas el pigmento no cubre el lienzo dejando ver la preparación del
mismo. En este cuadro
Velázquez terminó de desarrollar su estilo pictórico. A partir de él pintará
siempre con esta técnica, realizando posteriormente solo pequeños ajustes en
ella.
En la escena representada el
general español Ambrosio Espínola
recibe del holandés Justino de Nassau
las llaves de la ciudad conquistada. Las condiciones de la rendición fueron
excepcionalmente benignas y se les permitió a los vencidos salir de la ciudad
con las armas. La escena es una invención, pues el acto de entrega de llaves no
existió realmente.
Sobre la marcha Velázquez fue
modificando varias veces la composición. Borraba lo que no le gustaba con
ligeras superposiciones de color. Las radiografías permiten distinguir la
superposición de muchas modificaciones. Una de las más significativas es la que
hizo en las lanzas de los soldados españoles, elemento capital de la
composición, que fueron añadidas en una fase posterior. La composición se
articula en profundidad mediante una perspectiva aérea. Entre los soldados
holandeses de la izquierda y los españoles de la derecha hay rostros
fuertemente iluminados y otros están tratados en diferentes niveles de sombras.
La figura del general vencido tratado con nobleza es una forma de resaltar al
vencedor. A la derecha, el
caballo de Espínola se mueve impaciente. Los soldados, unos atienden y otros
parecen distraídos. Son estos pequeños movimientos y gestos los que quitan
rigidez a la rendición y le dan una apariencia de naturalidad.
Retrato del
papa Inocencio X
Inocencio X (1649-51).
Se inspiró en anteriores retratos papales de Rafael y de Tiziano, a los que rindió homenaje. Sobre una
combinación de distintos tonos de rojos, amarillos y blancos, la figura del
pontífice erguida en el sillón tiene mucha fuerza resaltando el vigor de su
rostro y su mirada severa.
El retrato más aclamado en
vida del pintor y que sigue hoy día suscitando admiración, es el que realizó al
papa Inocencio X. Pintado en su segundo viaje a
Italia, el artista estaba en la cima de su fama y de su técnica.
No era fácil que el papa
posase para un pintor, era un privilegio que muy pocos conseguían. Para
Enriqueta Harris las pinturas que Velázquez le llevó como regalo del rey
debieron poner a Inocencio en buena disposición
Se inspiró en el retrato de Julio II que Rafael
pintó hacia 1511, y
en la interpretación que de éste hizo Tiziano en el
retrato del papa Paulo III, ambos muy célebres y copiados. Velázquez
rindió homenaje a su admirado maestro veneciano en este cuadro más que en
ningún otro, aunque se trata de una creación independiente: la figura erguida
en su sillón tiene mucha fuerza.
Con pinceladas sueltas varios
tonos de rojos se combinan, desde el más lejano al más cercano, al fondo el
rojo oscuro de la cortina, después el más claro del sillón, en primer plano el
impresionante rojo de la muceta con sus luminosos reflejos. Sobre este ambiente
domina la cabeza del pontífice de rasgos fuertes y mirada severa.
Este retrato siempre ha sido
muy admirado. Ha inspirado a pintores de todas las épocas desde Neri a Francis Bacon con su atormentada serie. Para
Joshua
Reynolds era este el mejor cuadro de Roma y uno de los primeros retratos
del mundo.
Palomino dijo que Velázquez
llevó en su vuelta a Madrid una réplica (copia autógrafa), que se considera que
es la versión del Museo Wellington (Apsley
House, Londres). Wellington la arrebató a los franceses tras la batalla de Vitoria, que a su vez la habían expoliado
en Madrid durante la Guerra de la Independencia. Se trata de la única copia
considerada autógrafa de Velázquez de las muchas réplicas existentes.
Las meninas
Las
meninas, (1656). 318x276 cm. Este complejo lienzo es la cima de su
pintura. La maestría de su luz hace sentir como verdadero el aire de la
habitación.
Velázquez se encontraba,
después de su segundo viaje a Italia, en plena madurez vital y artística. En
1652 había sido nombrado aposentador mayor de palacio disponiendo de poco
tiempo para pintar, pero aun así los escasos cuadros que realizó en esta última
etapa de su vida se consideran excepcionales. En 1656 realizó Las meninas.
Se trata de una de las obras más famosas y
controvertidas de nuestro tiempo. Gracias a Palomino sabemos los nombres de
casi todos los personajes. En el centro aparece la infanta Margarita, asistida
por dos damas de honor o meninas. En la derecha están dos personajes de
la corte que padecían enanismo, María
Bárbara Asquín y Nicolás Pertusato, este último dando un
puntapié a un perro tumbado en primer plano. Detrás, en penumbra, aparecen una
dama de compañía y un guardia de corps, al fondo, en la puerta, José
Nieto, aposentador
de la reina. A la izquierda pintando un gran lienzo que vemos por detrás se
encuentra el pintor Diego Velázquez. En el espejo reflejados se adivinan los
reyes Felipe IV y su esposa Mariana. Este cuadro fue pintado para ser colocado en
el despacho de verano del rey.
Para Gudiol Las meninas
suponen la culminación de su estilo pictórico en un proceso continuado de
simplificación de su técnica pictórica, primando el realismo visual sobre los
efectos del dibujo. Velázquez en su evolución artística entendió que para
plasmar con exactitud cualquier forma solo se precisaban unas pocas pinceladas.
Sus amplios conocimientos de la técnica pictórica le permitieron determinar
cuales eran esas pinceladas y la intuición de darlas en el sitio justo al
primer toque, sin reiteraciones ni rectificaciones.
Según la descripción de
Palomino Velázquez se sirvió del reflejo de los reyes en el espejo para
descubrir ingeniosamente lo que estaba pintando. Las miradas de la Infanta, del pintor, de la
enana, del guardadamas, del perro, de la menina Isabel y del aposentador desde
la puerta del fondo se dirigen hacia el espectador que observa el cuadro,
ocupando el punto focal en el que previsiblemente se situaban los reyes. Lo que
pinta Velázquez está fuera de él, en el espacio real del espectador. Foucault
llamó la atención acerca de como Velázquez logró integrar y confundir este
espacio real del espectador y el primer plano del cuadro creando la ilusión de
continuidad entre los dos espacios.Lo consiguió mediante el artificio de la
fuerte iluminación del primer plano así como por el neutro y uniforme suelo.
Sobre el modo como se
autorretrata Velázquez Julián Gállego, como antes Charles de Tolnay, destaca
que no se representa en la acción manual de aplicar el pincel al lienzo sino en
una posición más intelectual y más noble: en actitud de pensar y de reflexionar
sobre el diseño interno de la obra. Para Tolnay parece como si Velázquez
estuviese fuera de la composición, concibiendo e imaginando la obra, en el
momento creador del artista.
Por primera vez en el arte occidental un
pintor se autorretrataba junto a sus señores, en compañía de algunos miembros
de la familia real. Lo hizo en el desempeño de sus funciones como pintor de
cámara y con las insignias de su rango, la llave de ayuda de cámara y la cruz
de la Orden de Santiago, quizá añadida posteriormente y, según Palomino, por
orden del propio rey, «para aliento de los profesores de esta nobílisima arte».
Muy elocuente es a este respecto la temprana descripción del portugués Félix da
Costa, recogida en un tratado de arte fechado en 1696 y que quedó manuscrito.
Costa se ocupaba de Las meninas en relación con el consabido tema del
reconocimiento y honores que los pintores han recibido de los monarcas,
recordando que «A Diego Velázquez pintor, dio Felipe IV, rey de Castilla, el
hábito de Santiago, que es la primera orden de aquel reino, y la llave de su
cámara». Y el pintor se habría valido de su ingenio para perpetuar esta honra
«en un cuadro en el palacio de Madrid, que sirve de ornato de una sala con el
retrato de la emperatriz, hija de Felipe IV, junto con el suyo», para concluir,
tras una breve descripción, que «el cuadro parece más un retrato de Velázquez
que de la emperatriz».
En Las meninas destaca
su equilibrada composición, su orden. En Velázquez, pintor barroco, sobrevive
todavía un intenso componente clásico, un interés por el orden y un menosprecio
por los ejes oblicuos barrocos. La mitad inferior del lienzo está llena de
personajes en dinamismo contenido mientras que la mitad superior está imbuida
en una progresiva penumbra de quietud. Los cuadros de las paredes, el espejo,
la puerta abierta del fondo son una sucesión de formas rectangulares que forman
un contrapunto a los sutiles juegos de color que ocasionan las actitudes y
movimientos de los personajes.
La composición se articula
repitiendo la forma y las proporciones en los dos tríos principales
(Velázquez-Agustina-Margarita por un lado e Isabel-Maribarbola-Nicolasito por
otro), en una posición muy reflexionada que no precisó modificaciones sobre la
marcha, como acostumbraba a hacer en su forma de pintar llena de
arrepentimientos y ajustes conforme avanzaba en la ejecución de un cuadro.
El rostro de la infanta Margarita está tratado
con tenues sombras y luminosos toques que dan ligereza a su cabello y modelan
su figura, obteniéndose uno de los mejores efectos lumínicos en la obra del
artista.
Velázquez fue un maestro en el
tratamiento de la luz. Iluminó el cuadro con tres focos luminosos
independientes, sin contar el pequeño reflejo del espejo. El más importante es
el que incide sobre el primer plano procedente de una ventana de la izquierda que
no se ve, que ilumina a la Infanta y su grupo convirtiéndola a ella en el
principal foco de atención.
El amplio espacio que hay detrás se va diluyendo en
penumbras hasta que en el fondo un nuevo y pequeño foco luminoso irrumpe desde
otra ventana lateral derecha cuyo resplandor incide sobre el techo y la zona
trasera de la habitación. El tercer foco luminoso es el fuerte contraluz de la
puerta abierta en la parte más lejana, donde se recorta la figura de José
Nieto, desde donde la luminosidad se proyecta desde el fondo del cuadro hacia
el espectador, formándose así una diagonal que atraviesa el cuadro en sentido
perpendicular. Esta compleja trama luminosa, el entrecruzamiento de esta luz
frontal de dentro a fuera y las transversales aludidas, forma distintos juegos
luminosos llenando el espacio de sombras y contraluces, creando con ella la
célebre atmósfera velazqueña.
Para Eusebi, catalogador en el
Museo del Prado en 1828, solo la audacia de Velázquez podía atreverse a poner
un agujero blanco en la zona central de la composición, de una luz tan intensa
que hiciese brillar la puerta, la escalera y la persona que está en ella.
El cuadro está pintado a la
última manera de Velázquez, la que empleó desde su regreso del segundo viaje a
Italia. En esta última etapa se aprecia una mayor dilución de los pigmentos, un
adelgazamiento de las capas pictóricas, una aplicación de las pinceladas
desenfada, atrevida y libre. Como decía Quevedo, una pintura de manchas
distantes o, en la tradición de Tiziano, lo que en España se llamaba pintura de
borrones. Las meninas se realizó de forma rápida e intuitiva según la
costumbre de Velázquez de pintar de primeras el motivo, en vivo, y de hacerlo
directamente alla prima, con espontaneidad.
Lo único que está modelado con
una cierta precisión es el perro en primer término. Detrás de él, la pintura se
simplifica y con ciertas alusiones y sugerencias es suficiente. La eliminación
de elementos es máxima en las imágenes en penumbra; la figura del guardadamas
se representa mediante una muy vaga forma humana. Los reyes en el espejo están
pintados mediante unos bocetos de la máxima simplicidad: un movimiento del
pincel le ha servido al pintor para representar a un tiempo el reflejo de la
luz en el espejo en la zona baja y la forma del cuerpo del rey, una sola línea
clara define el tocado de la reina.
La forma abocetada va
acompañada de una seguridad absoluta en lo que concierne a las gradaciones.
Tanto en las que deben sugerir diferencias de lejanía en los objetos como en
las que establecen diferencias en los materiales representados. Para distinguir
un raso, un terciopelo o una carnación no precisa incidir en su elaboración,
logra el efecto preciso de inmediato, solo con la forma de aplicar la
pincelada.
Sistemáticamente busca
neutralizar los matices destacando solo algunos elementos para que la
intensidad cromática no predomine en general. Así en el grupo de personajes
principal sobre un sostén ocre solo destacan algunos matices grises y
amarillentos en contraposición a los grises oscuros del fondo y de la zona alta
del cuadro. Ligeros y expresivos toques negros y rojos y la blancura rosada de
las carnaciones completan el efecto armónico.
Las sombras son empleadas con
determinación y sin vacilar, incluyendo en ellas el negro. Esta idea de
neutralizar los matices predomina en su arte, tanto al definir con pocos y
precisos trazos negros el personaje a contraluz del fondo, como cuando obtiene
la verdadera calidad de la madera en la puerta de cuarterones del fondo, o
cuando siembra de pequeños trazos blancos la falda amarillenta de la Infanta o
al sugerir sin ni siquiera intentar dibujarlo su ligero pelo rubio.
Carmen Garrido señaló que las
radiografías de Las meninas muestran la rapidez y soltura con que se
ejecutó. En la base de preparación del lienzo el pigmento más empleado es el blanco
de plomo extendido desigualmente. Los contornos de las figuras se
realizaron con trazos largos y sueltos; posteriormente aplicó toques rápidos y
breves destacando las luces de los rostros, manos o detalles de los vestidos.
Los rostros aparecen difusos sin precisarse los detalles fisonómicos. Las
figuras están ejecutadas en su posición actual, sin apenas cambios, con solo
breves correcciones de detalle. El cambio más importante que se percibe en las
radiografías es el que afecta a la figura del propio pintor, que inicialmente
tenía el rostro vuelto hacia la escena, parecía más joven y vestía de forma
diferente. El artista dispuso la distribución de la luz antes de iniciar la
escena, situando la zona de máxima iluminación al fondo, y colocando al aposentador
sobre esa mancha blanca. La reflectografía infrarroja no muestra dibujo
preparatorio, únicamente algunas líneas oscuras de situación realizadas en los
contornos de las figuras y en los cuadros de la pared derecha.
La fábula de
Aracne (Las hilanderas)
La fábula de Aracne la pintó
para un cliente particular, Pedro de Arce, que pertenecía a la corte. En el
cuadro se representa el mito de Aracne, una extraordinaria tejedora, que Ovidio describió
en Las metamorfosis. La mortal desafió a la diosa
Minerva para
demostrar que tejía como una diosa. El resultado fue un empate y se concluyó
que el tapiz de Aracne era de igual calidad que el de la diosa. En el cuadro en
primer término se ven a la diosa y a Aracne tejiendo sus respectivos tapices.
En el fondo se representa el momento posterior, colgados en las paredes los
tapices terminados, en que se declaran de calidad equivalentes. El motivo representado en el tapiz, el Rapto
de Europa, es un nuevo homenaje a sus maestros Tiziano, autor del
cuadro, y Rubens, que pintó la copia que se conservaba en el palacio real.
Después de pintarlo Velázquez,
se añadieron 4 bandas suplementando los cuatro lados del cuadro: el superior se
aumentó unos 50 cm, sobre 22 cm el lateral derecho, 21 el izquierdo y
unos 10 cm el lado inferior, quedando al final con 222 cm de altura y
293 de anchura.
Está ejecutado de forma muy
rápida sobre un fondo anaranjado empleando mezclas muy fluidas. Las figuras en
primer término están difuminadas, definidas con toques rápidos que provocan esa
borrosidad y más al fondo este efecto aumenta siendo las pinceladas más breves
y transparentes. A la izquierda representa una rueca cuyos radios se adivinan
en una borrosa impresión de movimiento. Velázquez resaltó este efecto
disponiendo en el interior de la circunferencia unos toques de luz que sugieren
los fugaces reflejos de los radios en movimiento.
Introdujo en la composición
muchos cambios, uno de los más significativos es la mujer de la izquierda que
aparta la cortina, que al principio no figuraba en el cuadro.
La Villa Médici en Roma, Pabellón de
Cleopatra-Ariadna (1630). Captó con insólita
modernidad el movimiento fluctuante de los reflejos, una técnica que
desarrollarán los impresionistas.
El cuadro ha llegado en malas
condiciones de conservación, atenuadas mediante una delicada restauración en la
década de 1980. Para los estudiosos, es la obra donde el color es más luminoso
y donde alcanzó el mayor dominio de la luz. El contraste entre la intensa
luminosidad de la escena del fondo y el claroscuro de la estancia en primer
plano es muy acusado. También hay otro gran contraste en el primer término
entre la luminosa figura de Aracne y las figuras en sombra de la diosa Minerva
y demás tejedoras.
PINTOR BARROCO DEL S. XVIII DE HUNGRÍA
Ádám Mányoki (1673 - 6
de agosto 1757) fue uno de los más importantes pintores barrocos del siglo
XVIII de Hungría.
Fue discípulo del gran pintor
alemán A. Scheitz. Al principio trabajó como pintor de la corte de Francisco II Rákóczi, príncipe de Hungría y Transilvania.
Trabajó en las ciudades de Leipzig, Dresde, Berlín y Varsovia, así como en Francia, bajo el
patrocinio del rey de Polonia y los Países
Bajos.
Theodor Ludwig Wiesengrund
Adorno (11 de septiembre de 1903, Fráncfort, Alemania - 6 de
agosto de 1969,
Viège, Valais, Suiza) fue un filósofo alemán de
origen judío[1]
[2]
que también escribió sobre sociología,
comunicología,
psicología
y musicología.
Se le considera uno de los máximos representantes de la Escuela de Fráncfort y de la teoría crítica de inspiración marxista.
Asistió al Kaiser Wilhelm Gymnasium,
donde destacó como excelente estudiante. Durante su juventud conoció a Siegfried Kracauer, con quien mantuvo una
estrecha amistad, a pesar de que éste era catorce años mayor. Juntos leyeron la
Crítica de la razón pura de Kant, experiencia que marcó
a Adorno en su formación intelectual.
Hacia 1920 compuso sus primeras obras musicales. Se trata de música de cámara vanguardista, atonal. Después de graduarse con méritos en el Gymnasium, Adorno se inscribió en la Universidad Johann Wolfgang Goethe de Fráncfort del Meno, donde estudió filosofía, sociología, psicología y música. En 1924 obtuvo su título con una disertación sobre Edmund Husserl. Entre tanto, escribió varios ensayos de crítica musical. Por un tiempo, el joven Adorno consideró la posibilidad de dedicarse a la música como compositor y crítico. En 1925 se fue a Viena, donde estudió composición con Alban Berg y frecuentó a otros dos compositores clave de la Segunda Escuela de Viena: Anton Webern y Arnold Schönberg. Las teorías de este último sobre la tonalidad libre fueron fundamentales en la formulación de la idea de la Nueva Música, que Adorno desarrolló en muchos de sus ensayos. En los ensayos sobre música, Adorno ligaba la forma musical con complejos conceptos Obras en español.
- Educación para la emancipación (Editorial Morata, 2002). ISBN 978-84-711-2423-4
- Consignas (Amorrortu, 2003). ISBN 978-950-518-316-6
- Notas sobre literatura (Ediciones Akal, 2003). ISBN 978-84-460-1671-7
- Filosofía de la nueva música (Ediciones Akal, 2003). ISBN 978-84-460-1676-2
- Beethoven. Filosofía de la música (Ediciones Akal, 2003). ISBN 978-84-460-1537-6
- Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada (Primera edición en español: Monte Ávila Editores, Caracas, 1975, 271 p. Traducción de Norberto Silvetti Paz) (Ediciones Akal, 2004. ISBN 978-84-460-1669-4)
- Escritos sociológicos I (Ediciones Akal, 2005). ISBN 978-84-460-1675-5
- Teoría estética (Ediciones Akal, 2005). ISBN 978-84-460-1670-0
- Dialéctica negativa. La jerga de la autenticidad (Ediciones Akal, 2005). ISBN 978-84-460-1673-1
- Kierkegaard. La construcción de lo estético (Ediciones Akal, 2006). ISBN 978-84-460-1678-6
- Dialéctica de la Ilustración (Ediciones Akal, 2007). ISBN 978-84-460-1677-9
- Composición para el cine. El fiel correpetidor (Ediciones Akal, 2007). ISBN 978-84-460-1685-4
- Escritos musicales I-III (Ediciones Akal, 2006). ISBN 978-84-460-1680-9
- Escritos musicales IV (Ediciones Akal, 2008). ISBN 978-84-460-1684-7
- Sueños (Ediciones Akal, 2008). ISBN 978-84-460-2518-4
- Monografías musicales (Ediciones Akal, 2008). ISBN 978-84-460-1672-4
- Crítica de la cultura y sociedad I (Ediciones Akal, 2008). ISBN 978-84-460-1674-8
- Crítica de la cultura y sociedad II (Ediciones Akal, 2009). ISBN 978-84-460-1679-3
- Disonancias. Introducción a la sociología de la música (Ediciones Akal, 2009). ISBN 978-84-460-1682-3
- Escritos sociológicos II. Volumen 1 (Ediciones Akal, 2009). ISBN 978-84-460-1683-0
- Miscelánea I (Ediciones Akal, 2010). ISBN 978-84-460-1686-1
- Escritos filosóficos tempranos (Ediciones Akal, 2010). ISBN 978-84-460-1689-2
- Sobre la metacrítica de la teoría del conocimiento. Estudios sobre Husserl y las antinomias fenomenológicas (Traducción de León Mames) (Ediciones Planeta-Agostini,1986). ISBN 978-84-395-0144-2
Obras
musicales
- Six studies for String Quartet (1920)
- String Quartet 1921 (1921)
- Two pieces for String Quartet (1924/25)
Interpretadas en el álbum Theodor
W. Adorno/ Hanns Eisler. Works for String Quartet (CPO,
1996), a cargo del Leipiziger Streichquartett.
También se incluyen en:
-- Adorno: Kompositionen /
Compositions (Two Pieces for String Quartet, etc.) by Theodor Adorno, Gary
Bertini, Hans Michael Beuerle and Buchberger-Quartett Frankfurt (1993)
-- Works for String Quartet
by Theodor Adorno, Hanns Eisler and Leipziger Stringquartet (1996)
-- Theodor W. Adorno/Artur
Schnabel Chamber Music trio recherche by Melise Mellinger, Barbara Maurer,
Lucas Fels, Theodor W. Adorno and Artur Schnabel (2008)
-- Adorno: Kompositionen by
Theodor W. Adorno, Buchberger Quartet, Frankfurt Opera Orchestra, Gary Bertini
and Frankfurter Kammerchor
Juan Carlos Migliavacca (20 de
octubre de 1915
– 6 de
agosto de 2004)
pintor argentino nacido en Entre
Ríos.
Nace en Rocamora, departamento Uruguay, (Entre
Ríos) el 20 de octubre de 1915. Pintor autodidacta. Llega a Paraná en 1941. En 1945 se radicó en Buenos
Aires donde frecuento talleres particulares, entre ellos: Sociedad Estimulo de
Bellas Artes, Taller Cecilia Marcovich, Sociedad
Artistas Estudiantes y Egresados de Bellas Artes (MEEBA), entre otros.
Premios
1954 - 1.er Premio
Salón “Club el Progreso - Paraná. 1954 - 1.er Premio Salón Anual
Artistas Plásticos de E. Ríos. 1960 - 2º Premio Adquisición Salón Anual
Artistas Plásticos de Entre Ríos 1960 - Premio Adquisición “Plásticos
Entrerrianos” IV Salón Anual del Litoral - Prov. de Entre Ríos. 1961 - 1.er
Premio Adquisición IV Salón Anual Artistas Plásticos de Entre Ríos. 1961 -
Premio Adquisición “Gobierno de la Provincia de Santa Fe - V Salón Anual del
Litoral - Prov. de Entre Ríos. 1964 - 2º Premio Salón Municipal de Paraná. 1965
- Premio Adquisición Salón Anual de Artistas Plásticos de Santa. Fe. 1966 -
Premio Adquisición Fondo Nacional de las Artes, Salón de Victoria Entre Ríos.
1969 - 1.er Premio Adquisición VI Salón Anual Artistas Plásticos de
Entre Ríos. 1974 - Medalla de Oro en el Salón Nacional de Santa Fe. 1986 - 2º
Premio Adquisición Salón Provincial de la Ciudad de Corrientes. 1989 - 1.er
Premio Adquisición Salón Nacional “IV Centenario” de Corrientes.
Poseen obras
suyas
Museo de Bellas Artes de Tilcara (Jujuy)
de la Fundación “Hugo Irureta”,“Museo
Rosa Galisteo de Rodríguez” de Santa Fe, Museo Provincial de Bellas Artes “
Gómez Cornet” de Santiago del Estero, Museo Provincial de Bellas Artes “Pedro
E. Martínez” de Paraná (Entre Ríos), Museo de Bellas Artes “Dr. Juan R. Vidal” de la ciudad de
Corrientes; además de colecciones particulares. En 1967 integro la selección de
Artistas Plásticos de Entre Ríos en el Certamen Bienal de Valores Plásticos del
Interior (Capital Federal). Ha participado como Jurado en Salones de Artistas
Plásticos de Entre Ríos y del Litoral. Ha realizado viajes de estudio en 1978 a
España, Italia, Francia, Inglaterra, Portugal y en 1994 a Alemania, Holanda y
la República Checa.
MÚSICO BRITÁNICO, JAZZ Y ROCK PROGRESIVO
1946.- Nace el músico británico Allan Holdsworth. Es considerado uno de
los mejores guitarristas de jazz y de rock progresivo e importante influencia
de músicos como Joe Satriani, Carlos Santana, Yngwie Malmsteen, Steve Vai,
Eddie Van Halen, Greg Howe y Shawn Lane.
CANTANTE BRITÁNICA
1972.- Nace la cantante británica
Geri Halliwell. Forma parte del desaparecido grupo Spice Girls, en el que es
conocida como “Ginger Spice”. Ella y las demás intérpretes pasan de ser unas
auténticas desconocidas a un fenómeno social en el planeta.
CANTANTE Y ACTOR ITALIANO
1994.- Muere el cantante y actor italiano Domenico Modugno. En 1957 gana
el Festival de San Remo con la canción “Nel blu dipinto di blu” (Volaré). Es
traducida a varios idiomas y gana un Grammy en 1958, tras presentarse al
prestigioso certamen italiano. Además, es el primer tema en este idioma que se
corona en la lista americana del Billboard. Nace el 9 de enero de 1928.
CANTANTE MEXICANO
2008.- El cantante mexicano José José provoca una trifulca entre
reporteros y guardias de seguridad al no querer dar declaraciones a la prensa,
luego de apadrinar el debut musical de Adrianna Foster.
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